¿Podemos seguir
confiando en Facebook para compartir la vida? Mark Zuckerberg gobierna este
país bautizado Facebookistán sin reglas, criterios o políticas conocidas. En el país donde todo se
comparte, sus dueños y gobernantes olvidan la democracia de los usuarios y se
entregan al control trimestral de unos accionistas a los que han empezado por
engañar y confundir con el lanzamiento de demasiadas acciones a precios desorbitados.
El gráfico a la baja del precio de las acciones marca la curva de
la desconfianza de accionistas, usuarios y expertos. Facebook es un país sin
democracia y una compañía sin negocio abierto: impone su fiscalidad a los
desarrolladores y proveedores de su plataforma, y oculta las más básicas reglas
de gobierno. Desconocemos sus criterios. Es dócil en países ricos, donde el
gigante azul está atento a los reclamos comerciales y de los poderosos siempre
que no afecten al negocio. Donde escasea el negocio sujeta la bandera del
desencanto y se convierte en el único espacio de comunicación en libertad contra
los totalitarios.
Todos trabajamos
para Facebook, todos participamos y enriquecemos su negocio con nuestra
actividad, con lo que compartimos y consumimos rodeados de otros con los que
nos relacionamos. Zuckerberg no ha dado la oportunidad a sus usuarios de convertirse en accionistas de la empresa a la que tanto aportan, pero
al menos tienen derecho a saber cómo les afectará la presión de los beneficios
trimestrales y a que se respeten sus derechos con códigos simples y claros.
Columna en los diarios de Vocento