"Si hay una regla caída en el arte es que la repetición mata el alma".
Norman Mailer lo tiene claro. La literatura vuelve sobre las preguntas de siempre. Incluso sobre las mismas historias en busca de diferentes respuestas o para sumarse a las ya encontradas.
Por eso no sorprende que haya decidido incluir bibliografía en sus obras de ficción. Y tampoco que la idea se extienda a autores como Martin Amis, Thomas Mullen, William T. Vollmann (un pionero) o el best seller Michael Crichton.
El temor a las acusaciones de plagio acecha. La reciente polémica con el respetado Ian McEwan a causa de sus fuentes y otras de los últimos años como las acusaciones contra El código Da Vinci planean.
Suenan rumores contra el tinkering, el bricolaje cognoscitivo llevado a la literatura.
¿Se puede aceptar la literatura como mashup?, preguntan los más modernos.
Hace unos años lo explicaba Martin Amis al hablar de Don DeLillo. Lo bautizaba "postmodernista ejemplar" porque utilizaba un remedo de modernización reflexiva (Ulrich Beck) para la literatura: "¿por qué los escritores dejan de contar historias y comienzan a contar cómo les han llegado?". Lo definía como autor de dos tipos de personajes: "los que modelan la mente moderna y aquellos cuyas mentes son modeladas".
¿Qué, quién, ha modelado la mente de los escritores?
La respuesta puede empezar en una bibliografía. Sobre todo si la obra pertenece a la ficción moderna, tan a menudo una literaturización de la realidad o la historia.
Los nuevos trovadores, intérpretes de historias ya contadas, revelan sus fuentes en un ejercicio de sinceridad intertextual y protección legal contra la acusación de plagio.
Las novelas de los autores con bibliografía son reflexivas. Se piensan a sí mismas. Cogito, ergo sum (Descartes).
Aspiran a ser obras totales porque el autor "trata con la vida como si Dios no nos ofreciera lo eterno e inmutable", ha dicho Mailer.
"El realismo parte de la idea de que las ideas no tienen existencia autónoma, pueden existir sólo en las cosas (...) y en los personajes". La explicación de Elizabeth Costello (J.M. Coetzee) muestra la rebelión contra esa tiranía estilística y revela la materia mágica de las novelas con bibliografía: la creación es tan poderosa y mágica que transciende sus fuentes.
El realismo es la bibliografía. La narración es magia. Ingredientes a final del volumen.
El poder del narrador total. Autojustificado. Y Mailer es un aspirante a ese trono desde hace 60 años.
Muerto el dios de los autores, ¡al carajo con el narrador omnisciente!
Estas nuevas obras son "ficción pública" (otra vez Amis sobre DeLillo). Historias sabidas recontadas, recreadas. Nuevas historias que hacen bailar a la realidad y a su materia ya escrita.
Pero además las novelas con bibliografía aprenden de la intertextualidad y el hipertexto. ¿Por qué no ofrecer al lector nuevos caminos para adentrarse en una creación hecha nuestra?
El novelista con bibliografía ofrece al lector una lectura no lineal donde se vive el simulacro de la elección (Jean Baudrillard). El público cree leer con sus ojos lo que escruta con la visión del novelista que le ha mostrado el camino.
Una nueva senda iniciática.
Otro mundo aparece a partir de la narración.
Y así indefinidamente.
Hasta que nos cansamos de citas y cerramos el libro.
¿Qué queda?
La fuerza del relato, anotado o no.
Nota del autor: este post ha sido cuidadosamente anotado.