Augusto Pinochet fue un traidor toda su vida. Lo explica bien Mónica González Mújica, premio Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en El Periódico.
Sus partidarios la tomaron ayer con el equipo de TVE que informaba de su muerte y exequias. Los carabineros, de tan infausto recuerdo, no hicieron nada para proteger a los periodistas y su derecho a informar.
En la Escuela Militar prefieren seguir velando al tirano. A los de las armas, de la ideología que sean, siempre les cuesta dejar el calor de los cañones y el engreimiento de su poder cobarde.
Las imágenes de la vergüenza me recuerdan las del entierro de Franco, con tantos cómplices del terror y la dictadura mostrando el dolor que nunca tuvieron con sus compatriotas y víctimas.
Ariel Dorfman, escritor y filósofo chileno, se pregunta en un imprescindible artículo en The New York Times si "la sombra de Pinochet se fue" de Chile o la falta de pago por sus crímenes seguirá dividiendo a los chilenos.
En España ya sabemos que los crímenes que no se pagan, cuando quedan ocultos por un perdón generoso, reviven años después si la memoria no les alcanza.
Y entonces los cómplices y sus herederos están muy lejos de la generosidad de quienes perdonaron para que la sombra del dictador se desvaneciese lo antes posible.
La sangre es pegajosa.