Verano. 22.00 horas. Subido al monte de San Pedro el día no se acaba. Puedes seguir con la mirada cómo deja Europa hacia América. Como tantos hicieron en busca de un día más risueño.
Hércules lo agarra desde su torre mítica.
Un poco más tarde, en Fisterra, aún te cuelgas de los últimos rayos de luz para ver a la flota salir a faenar.
Yo, como Martin, quiero tardes más largas. Desconfío de la eficiencia vital de las mañanas, pero esos atardeceres son mágicos. Las mejores horas del día, hurtadas a la noche GMT. Que no nos los quiten.
Es entonces, a esas horas apegadas a la tarde, remisas a la noche, cuando vemos a sombra do aire ha herba (Luis Pimentel).