José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno, y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, no se saludaron en la celebración del Día de la Constitución.
Mal hecho.
Con los oponentes y el enemigo se habla. Para convencer o rebatir. Para no perder la razón. Zapatero defendió los contactos con Batasuna para que quienes viven en la violencia "vayan al camino de la democracia, de la palabra".
Es la democracia. Si ETA y Batasuna merecen unas palabras más las merecerá el presidente del PP.
Zapatero saludó sonriente a Eduardo Zaplana. Quizá el presidente piensa que sólo hay que hablar con los populares con algo de mano en el PP. Trato profesional a falta de cercanía.
Andan los periodistas preocupados porque la nueva jefa de comunicación de Rajoy, Carmen Martínez Castro, se demora a veces en responder a las preguntas de los reporteros sobre posiciones del PP.
¿Será lentitud de recién llegada o el proceso de consulta es laborioso?
Algunos temen también que sólo los medios afines reciban información pronta. Mala política de comunicación si es así.
Constitución. Todos pidieron unidad. Hasta el presidente del Congreso, Manuel Marín, depuso su frío equilibrio institucional para quemarse un poco.
"Acertado", dijo Zapatero. Tranquilo, Marín, cuando se obedece al partido el jefe está de acuerdo.
Rajoy, firmísimo. Pidió tres consensos: en la lucha para el fin de ETA, en el modelo de Estado y otro histórico.
Hubiera acabado antes clamando: el consenso somos nosotros.
Primer consenso: antiterrorismo. Por ahora sólo lo ha roto el PP al rechazar toda estrategia posible. Mantener el discurso de que el gobierno hace lo que por ahora no ha hecho es útil para la política de la confusión. Se habla hasta con el diablo.
Si no se acaba la falta de libertad democrática ahogada por el terrorismo con más democracia, y por tanto sin necesidad de armas, entonces ¿cómo se hace?
Segundo consenso: patriotismo constitucional. Muerto muertísimo. La nación española ya no existe. El estado, sí. El PP olvida a veces que las autonomías también son estado. Pregunten a Fraga. Quizá España nunca fue una nación estado por mucho empeño puesto desde la invención renacentista. Mater dolorosa, la definió Álvarez Junco con acierto. Quejosa incluso.
Ahora, en plena crisis de ese modelo por arriba (globalización y extraterritorialidad europeísta) y por abajo (nacionalismos de ricos e identitarismos), la nación es una cosa y el estado de ciudadanos, otra. Este si es posible de fortalecer y el líder del PP lo invoca a menudo. Menos nacionalismos y más ciudadanía para llegar al consenso necesario.
Sonroja la petición de fortalecer los poderes del estado de Rajoy cuando su partido no ha defendido esa tesis en las recientes reformas de los estatutos de Valencia o Andalucía.
Tercer consenso: histórico. Rajoy entona el cántico de la memoria privada frente a la colectiva. Olvidan que memoria es también (DRAE) "aviso que se da; exposición de hechos, datos o motivos referentes a determinado asunto; estudio, o disertación escrita, sobre alguna materia; monumento para recuerdo o gloria de algo".
Y de esas cosas trata la memoria republicana, el recuerdo para los olvidados tantos años, la abolición de la única memoria permitida durante la dictadura de Franco.
¿Por qué le cuesta tanto a esta derecha?
A estas alturas no hay revanchismo. Es el fin de la Transición. Superado el momento del silencio en favor del perdón es la hora de que hasta las víctimas más olvidadas puedan ser recordadas y resarcidas.
Todas. Los rojos, pero también los hedillistas perseguidos por la unificación falangista, los del bando nacional víctimas de checas y paseíllos.
Sólo cuando un pueblo puede mirar de frente a su historia, sin olvido, sin manipulación, puede llegar a saber quién es y por qué quiere seguir unido.
Las "hechuras de la nación" (sustitúyase nación por estado, si se quiere) evocadas por Rajoy sólo se rompen cuando el diálogo político es imposible.
Un saludo, señores, por la política.