Los pingüinos no tienen mucha cintura. Son seres raros, obligados a vivir a la orilla del agua y lejos del cielo. Metidos a observadores políticos fallan siempre porque su velocidad depende de mantener la cabeza dentro del agua. Enric Juliana (Badalona, 1957) es más bien un mocho, capaz de girar la cabeza sin mover el cuerpo.
"El mantenimiento de la media distancia fatiga", dice en La España de los pingüinos. El agotamiento llega por la vigilancia vital y la vocación de rapiña, ardua en los animales pequeños. Por eso han desaparecido especies políticas más dispuestas al entendimiento. Se vive mejor en la guerra mientras no sea sangrienta en exceso y el exiguo botín satisfaga.
Dice Jordi Pujol que "entre Cataluña y España hay algo que chirría". Son varias bisagras, unas olvidadas de viejas y otras oxidadas a conciencia. A lubricarlas se aplica el delegado de La Vanguardia en Madrid.
Juliana afirma su voluntad antibalcánica y critica el simulacro de las dos Españas. Se pregunta si realmente existen políticos e ideólogos que quieran salvar a España para salvar a Cataluña y evitar la maldición anunciada por Pujol.
Fue un niño fascinado por la Yugoslavia de Tito y ha vivido en directo su disolución hasta la tragedia de Kosovo. Lector de Pasolini en sus tardes de corresponsal romano, sabe que tras el terror hay demasiados generales y pocos políticos con humanidad.
La España de los pingüinos arranca con cuatro citas y mantiene unas cuantas tesis básicas para esquivar el excesivo desencuentro de esa división histórica entre Cataluña o España, o más bien el Madrid entendido como fortaleza imperial.
1. El miedo de la clase media. Sin este factor el catalanismo no se entiende, y tampoco el moderno nacionalismo español. Juliana acude a Leo Strauss y a los neocons: venusianos en busca de marcianos que los protejan (del Bulli al general Mena).
Las clases medias aman el orden, la cartilla de ahorro y el registro de la propiedad, soportan la solidaridad mientras no sobrepase en mucho a la caridad y odian el exceso institucional con dinero público.
2. El corporativismo mediático ideológico. El peso de los muertos agobiaba a Karl Marx, recuerda el periodista, pero los escritores e inventores políticos los convierten en ideología o ideas-fuerza para la propaganda política. Recordad el bombardeo de Barcelona, que sigue retumbando una vez cedido a la ciudad el castillo de Montjuic.
"Quien va a pagar más cara la desvergonzada promiscuidad con la política será el periodismo", se hace eco Juliana, y critica la táctica de la trinchera de mercado excavada con la opinión. La línea Maginot donde se desacredita gran parte del periodismo.
Es lo que ocurre cuando las noticias son de despacho y no hay realidad inmediata. Cruzar datos de la vida, la cultura y la economía y no vivir pegado a la declaración y la rueda de prensa. Salir de palacios y sedes institucionales para pasar la información por el trillo de la realidad, pide el autor con razón.
La confidencia debe ser contrastada para no ser intoxicación. La prueba de la rana casi nunca funciona en el periodismo político actual, más de tesis sin dialéctica.
3. Nacionalismo como antídoto contra la identidad líquida. Las tesis de Zygmunt Bauman riegan el cerebro vigilante de Juliana. La sociedad sin anclajes pone a la gente contra la vida con su simple biografía. Es demasiado para la mayoría y acuden a las palabras de la tribu. Somos humanos ¡qué carajo!, no seres ilustrados.
La supervivencia en el destino es una fortaleza con más éxito en la voluntad de ser catalana que en la unidad programática del falso imperio español.
4. Vivir como si España no existiera (Suso de Toro). Realidad entrañable contra nación de la voluntad, decía Jordi Pujol. España como "hecho histórico sólido" más allá de la Administración, un invento francés que todavía no hemos asimilado bien.
Para Pujol, como para tantos catalanes, "la voluntad de permanencia" es la pieda angular de su nacionalismo. Sólo así se entiende su horror a la pérdida de la lengua y los símbolos. Los judíos lo tienen más fácil, tienen el libro y la tora. No se sabe si el estatut y Maragall (Joan) y Plá son suficiente.
La frase del gallego se adapta a la vocación de un moderno país descentralizado donde una cosa es la casa y otra el estado.
Juliana es un periodista que escucha, y no es poca cosa en tiempos de soflamas y agenda impuesta. El mocho mira más que acecha, por tamaño y carácter, aunque al fondo de su pequeño cuerpo vive el ánimo del depredador. Aplicado al oficio de cuentapolíticas es un carácter suficientemente discreto para entender y dotado para el estilo.
Los pingüinos son torpes y ausentes en tierra pero balas en agua. La velocidad y la potencia de Juliana explotan en la media distancia del artículo y la crónica. La noticia, ruda, directa, sin reflexión, es para otros. El mocho estudia bien a su presa obligado por su debilidad y porque es mejor pasar algo de hambre que fallar.
Lo mismo piensan muchos escritores y periodistas. Coinciden con el pragmatismo político, también llamado seny a nivel del Mediterráneo.
Los capítulos de La España de los pingüinos comienzan rescatando crónicas. El impacto de la anécdota y la intuición urgente seguido de la reflexión es un buen recurso que hace el libro ameno, a lo que ayuda el estilo de Juliana, preciso, ágil y con cierta propensión al lirismo, pero casi siempre logra contenerse.
El mocho desea una solución sensata aunque a veces caiga en los ciertos puntos de vista demasiado transitados. Es comprensible, el centralismo es una obsesión desde fuera. Desde Madrid las cosas no están tan claras porque esta ciudad es hobesiana y aquí cada cual tira para sí.
El centralismo de Barcelona es orgánico, ciudad de oligarquía y burguesía asentadas. Pero es que Barcelona es un buen sitio para vivir. En este Madrid, poblachón manchego de zanja y prisa, sólo se está por interés, para hacer vida y fama.
El problema viene, reconoce el autor, cuando BCN se despierta al caer de la cama: "La interiorización por parte de la sociedad catalana de que Barcelona se quedaba peligrosamente atrás ha sido -está siendo- un factor determinante en la evolución del ciclo político catalán y español".
Mejor mocho que pingüino.
Y acaba alertando sobre la España blanca, deudora de La Moreneta y todas las vírgenes rampantes de un país de capilla y reclinatorio que vuelve, alarmado por la sexualidad explícita y la desunión que acaba hasta con la trinidad.
La España de los pingüinos es una vía racional y sentimental hacia la España plural. Y un libro sosegado e inteligente entre tanta crispación.
La España de los pingüinos | Primer capítulo