En ABCD preguntan a varios escritores sobre las tendencias políticas de la literatura (¡qué cansino!) y unos se sienten comprometidos y otros no.
Destaco la respuesta de Miguel Sánchez-Ostiz: "Un conservadurismo curioso y hasta un pintoresco «nacionalismo español», con muchos guiños de ocasión a la izquierda, eso sí, pero sin que se hayan escrito, que yo recuerde ahora, notables páginas de crítica al sistema, muy poco de verdad subversivo, rebelde, necesario, al revés, todo muy complaciente, muy novelesco, muy esteticista y poco crítico, cuando de la recuperación de la memoria histórica se trata, y, salvo casos excepcionales, poco comprometido, ni con los aspectos formales ni con los asuntos de fondo. Se advierte una preocupación extrema por no desentonar y por acomodarse al gusto del público".
¡Ah, el público! ¡Las ventas! El problema del compromiso es que suele acabar en obritas moralizantes e insoportables, sean nacionalistas, internacionalistas, progres o conservadoras.
Les pasa como al último Philip Roth, que puesto a hacer ficción política pierde ese ojo de cirujano sin complejos sobre el reverso del sueño americano que tanto le ha distinguido.
Todos los libros de Roth tienen tesis, pero cuando se convierte en título las líneas se ablandan.
Saul Bellow tiene unas palabras sabias sobre el compromiso literario: "El compromiso en una novela podría ser medido por su poder para absorbernos. Un libro falto de poder no puede ser moral. La pesadez es peor que la obscenidad. Un libro aburrido es malvado". The Atlantic, 1963.
Resumen: el moralismo político suele ser un coñazo. Pocos se salvan cuando la causa se impone a la trama y el estilo.