Saturday, May 06, 2006

Libros muertos de un país pretérito

Camino por los puestos de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión entre los libros muertos, vestigios de un país estragado que ya no existe. El olor del papel sobado asalta a los viandantes con la intoxicación de una búsqueda insensata y les amortaja la piel y el alma.
Andas y la piel va amarilleando como el borde de los libros viejos, condenados a la inmovilidad de las bibliotecas.
Algún paseante y algunos libreros de lance creen que "la Biblioteca existe ab aeterno (...) es la eternidad futura del mundo". Pero muchos de estos tomos son sólo despojos de un país pasado y corrompido por la muerte y el olvido.
Muchos libros de cocina fría y sin alquimia posmoderna, de autoayuda para modas pasadas, de ideas una vez revolucionarias y ahora abominadas, trozos de egos condenados a ser sólo escritos y fichas bibliográficas, revistas con noticias, ataques y defensas ya irrelevantes.
Descubro, como siempre, la Enciclopedia Álvarez para niños de un tiempo conmovedor sólo por haber pasado. Los libros olvidados y sin éxito de las grandes editoriales. Revistas como Triunfo y La Codorniz, tan importantes entonces, tan duro peso ahora en muchos vivos memoriosos e incapaces de repensar el presente.
Pocas hojas en otros idiomas. Ni de aquí ni de más allá. Los tochos son de una época ciega y sorda a las voces y palabras de otros.
Los libros aquí están muertos. Los vivos habitan con sus lectores, en sus casas, en las bibliotecas pobladas. Por estos expositores desplegados en tantas ciudades caen algunas joyas, pero son pocas. Los paseantes quieren nostalgia y curiosidades. Quienes buscan el libro total, "la cifra y el compendio perfecto de todos los demás", son aventureros de las librerías de viejo, exploradores de sus anaqueles, de la tipografía en desuso, del pie de imprenta único, de la errata codiciada.
Tantos y tantos volúmenes, tantas y tantas páginas amarillas. "Por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias".
Menudean las Vindicaciones, esos libros escritos para mayor gloria del autor. Letra (confundida con razón) y defensa para su yo y sus ideas. Si ves una sobrecubierta con foto ya puedes correr o el fantasma de un vindicante insaciable te persigue de por vida. Doctores y políticos son muy aficionados a ser perseguidores. Lo son ya en vida y más cuando los libros son casas de fantasmas.
Camposanto de libros sepultados en sus derechos de autor. ¡Qué pena que sus dueños no crean en la resurección de la obra libre y vivaz! En la Red, en las ediciones no venales, en su conversión a la cultura libre. Pero la herencia de una gestora o de unos herederos es un largo castigo, tan profundo como el olvido.
Afortunadamente, como ocurrió en La Biblioteca de Babel descrita por Jorge Luis Borges, a quien pertenecen todas las cursivas, siempre ha existido una secta de irresponsables resolutos empeñados en "construir libros canónicos", vivos y enteros.
Ya decía una comentarista en 1941, cuando Borges escribió su cuento, que "la Biblioteca es inútil, bastaría un solo volumen (...) de un número infinito de hojas". En ese libro "cada hoja aparentemente se desdoblaría en otras" para comprenderlo todo.
Es una adivinación de internet. Biblioteca infinita, tan llena de letras vivas y sentidos como contaminada por las páginas amarillas de un feria de lance.
Al final, lo eterno es la pregunta de Borges:
"Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?"