Los obispos están dispuestos a declarar la unidad de España "un bien moral", según ABC. Atacan al nacionalismo con más nacionalismo. Una de las peores maneras de hacerlo. A los mitos de los pueblos con los pecados de los separatistas. Y no dejo de preguntarme dónde escribió Dios tantas constituciones.
Rebrota el nacionalcatolicismo. Inevitable.
Nacionalcatolicismo hay desde hace tiempo en Euskadi y Cataluña, donde sus prelados cuidan las sagradas raíces de la nación antes de que los estatutos se atrevieran a mentarlas. En los jardines de los frailes crecen y se forman los constructores de naciones y esta nación de naciones no sería lo que es sin ellos.
Una vez le pregunté a un amigo catalán y católico de dónde provenía su nacionalismo: "De la escuela y la catequesis", me aclaró.
Los obispos entierran (otra vez) a Aristóteles y a Santo Tomás para volver a una versión güelfa (imperial) de San Agustín y su Ciudad de Dios. Aconsejaba el viejo Aristóteles en su Política diferenciar la virtud privada de la pública. La primera necesita del conocimiento, la segunda de la participación en la república.
San Agustín separaba la ciudad terrena de la celestial, la una reino de Satán, la otra de Dios. Por eso la comunidad cristiana debe tender a la divina y la iglesia es su senda. Los obispos unionistas, oyentes y accionistas de la Cope, ven a Satán desmembrando el estado, alimentado en su voracidad pecaminosa con el matrimonio homosexual, la pérdida de la regalía de la educación católica, obligatoria y con nota. Ateísmo sistemático, lo llamaba Gaudium et spes, el documento político del Concilio Vaticano II.
"Se reprueban también todas las formas políticas, vigentes en ciertas regiones, que obstaculizan la libertad civil o religiosa, multiplican las víctimas de las pasiones y de los crímenes políticos y desvían el ejercicio de la autoridad en la prosecución del bien común, para ponerla al servicio de un grupo o de los propios gobernantes". Palabras iluminadas de la constitución pastoral que la Conferencia Episcopal airea en esta España de a estatuto reformado por día.
Y temen por el Concordato. ¿Quién pagará los diezmos del Concordato si el estado se divide?
¡Ah, vigilancia de las almas y el cepillo!
Santo Tomás defendía que la iglesia no debe andar en cuitas y disputas de príncipes. Coincidía entonces con Maquiavelo y Aristóteles. A un lado, el imperio, al otro, el sacerdocio, y juntos en la búsqueda de un bien común.
Pascal, empeñado en encontrar los vínculos entre la fe y la razón para un más virtuoso ser y un mayor conocimiento, escribía después para acomodo de las cañas pensantes que la iglesia vivía con justicia verdadera y sin violencia, mientras la justicia de la opinión de la mayoría necesita de la fuerza de la espada.
Una cosa es la virtud y otra la legalidad. Una cosa es la política y otra el pecado.
Otra vez el viejo Aristóteles. Alertaba en su Política de que los estados cambian, pero no los ciudadanos, son los mismos pero buscan la forma de estado más conveniente para su bien común en cada momento. "A la constitución es a la que debe atenderse para resolver sobre la identidad del estado".
Pero ninguna constitución tiene la eternidad de las tablas de la ley de la montaña. La unión por el imperio constitucional inspirado por la iglesia.
En las montañas lucenses y en las piedras de Mondoñedo y o santo dos croques monseñor Rouco Varela no reconoce a Aristóteles y a Tomás. Mejor la inspiración agustiniana.
Los profesores académicos dicen que uno siempre vuelve a su tesis doctoral. La de Rouco es Iglesia y Estado en la España del siglo XVI. Premonitoria. El Imperio y la virtud en la corte adusta de los Austrias. Hace poco la publicó ampliada como libro: España y la Iglesia católica.
Seguramente el buen estado es un lugar propicio para el bien moral de los ciudadanos y el mal estado los corrompe. De ahí a que los presuntos o confesos separatistas sean depositarios de la maldad, ¡caramba!
Algunos como los democristianos de Unió y el PNV tendrán que dar cuenta en sus parroquias.
Ya pasamos demasiado tiempo en la Sagrada Cruzada con gobernantes bajo palio. Otra vez no. Acabarán beatificando a algún etarra o descubriendo algún santo botiguer de estatutos.