Mis desesperanzadas sospechas sobre el I Congreso Nacional de la Lectura se cumplen. Los congresos, como tantos premios, son un remolino de endogamia y un negocio del marketing empresarial y político. Abrazos y parabienes para todos, pagan los ciudadanos y ante nadie se responde.
La mayoría de las intervenciones son reiterativas, los autores hablan de sí mismos y de sus lecturas, no de los lectores. Los editores se resisten a los cambios tecnológicos, sociales y culturales y sólo algunos apuestan tímidos por ideas provechosas.
Los críticos, ¡ah!, ¡los críticos! Muchos no había en Cáceres al parecer. ¿No les interesaba? ¿No estaban invitados? ¿No va con ellos?
¿Dónde estaban los libreros, el espíritu alabado del negocio y siempre traicionado?
¿Y los nuevos lectores para aprender de su lectura?
De todo lo leído me quedo con las palabras de José Antonio Millán, de Javier Echeverría y de Francisco Serrano, los tecnólogos invitados.
Contaron lo obvio: hoy se lee de otra forma, la cultura libresca no es la única cultura y los medios sociales e internet están creando una sociedad de autores donde es más importante crear y menos recibir.
Pero no se equivoquen, no sean elitistas y endogámicos, se aprende creando. El estructuralismo (con sus hijos putativos) y el punk ya destruyeron el reino del individuo omnisciente. Es tiempo de construir y crear. La obra colectiva y participativa, como las viejas coplas y narraciones populares, la cultura de todos, tiene más fuerza que la creación individual.
"Leer es dialogar", recordó Millán. Crear juntos, no ser aplastado por los viejos libros pesados y esos intelectuales aficionados a una jerga indecente. Hablan con tesis muertas cuando nos sigue interesando más la vida, contada o mediatizada. Pero, por favor, la carne y el alma sangran. No se leen libros con guantes, sólo los usan los hermeneutas y los incendiarios de Fahrenheit 451.
La cultura en red, multimedia y participativa es mejor que muchas. Las palabras de la tribu sólo se escuchan si aceptan otras voces. No está en la industria cultural, y eso la hace amenazante para los inmovilistas. Y la industria cultural es de las más reacias a la innovación que existen. Viven de los creadores y son conservadores ceñudos.
Echen un vistazo al wiki de blogs literarios. Nunca se ha visto tanta gente pensando, escribiendo y criticando literatura.
Y además se hacen otras cosas. La cultura es ecléctica, bastarda, collage, revulsiva, iletrada con saña y habitante de la intertextualidad para hipertextualizar, alterar, corromper o santificar.
También es profundamente original a veces y otras pura basura. Como siempre. El brazo incorrupto de Santa Teresa atrae poco. Es más sugerente su divino mal de amor y cómo sangraban su alma y sus llagas.
Atrevámonos a tirar libros a la papelera. De esos casi 78.000 títulos publicados anualmente, ¿cuántos valen la pena?, ¿cuántos son sólo la maldición de la producción para renovar las estanterías y forzar la ilusión de nuestra gran industria editorial?
Al margen de las estanterías y los catálogos habitan creadores interesantes, muchos no comerciales, otros jodidamente minoritarios por originales y valientes. Pero la cultura de la imagen y el famoseo impera. Y la codicia.
Fuera de la industria hay otro mundo más cercano a los lectores de hoy, los apasionados iletrados devoradores de textos, de códigos informáticos a sms y hasta libros.
¿Para cuándo una nueva industria más cercana a la creación que al viejo negocio?
Txetxu Barandiarán ha cubierto el Congreso.
P21 | I Congreso Nacional de la Lectura