En el mundo hay 9,2 millones de refugiados renocidos, el número más bajo de los últimos 25 años. Pero aumenta la cantidad de personas forzadas a abandonar sus casas y a vivir en campos de concentración (con ayuda humanitaria o no) dentro de sus propios países (25 millones). La emigración forzosa escapando de la pobreza, las enfermedades y la miseria sustituye a los exilios de otras épocas.
El ambiente de miedo en muchos países tras los atentados islamistas radicales, la xenofobia y el racismo son desafíos de una humanidad en la que los identitarismos, ricos y pobres, vuelven a debilitar el concepto de ciudadanía y las políticas de fronteras abiertas.
El choque económico, político y de seguridad es grande y la reacción acecha a los más desfavorecidos. Un nuevo esclavismo comienza a renacer: vuelven los traficantes de almas en las fronteras (pateras y coyotes crecen), los inmigrantes son explotados laboralmente en muchos países, son rechazados por muchos nativos y sus derechos son cuestionados por las leyes y los políticos traficantes de votos, como ocurre ahora en Estados Unidos (país de inmigrantes) con los chicanos.
El último informe del Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR, UNCHR en sus siglas en inglés) da para reflexionar.
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