A Julio Camba le espantaba la ortografía de los revolucionarios de 1934. Con semejantes incorrecciones no se puede hacer una revolución. ¿Cómo crear himnos con tan mala letra? ¿Cómo conseguir el cumplimiento de las órdenes ilegibles e irrepetibles?
Para corregir la mala letra, para conseguir ciudadanos, revolucionarios o mansos, pero letrados, la II República hizo un esfuerzo enorme. Pero ahora se olvida y maldice a menudo y por eso los firmantes del manifiesto Con orgullo, con modestia y con gratitud usan su buena letra para defender aquella revolución urgente de tanto revisionismo de represalia.
Manuel Azaña tuvo a un general y a un futuro a punto de cambiar la historia. Fue pronto, ya en el verano de 1931, 16 de julio (mes de canícula y levantamientos), y Franco hacía alocuciones a los cadetes para frustrar el mando de intelectuales e iletrados con faltas de ortografía. El general leía a Camba en el ABC.
Azaña ya andaba preocupado a pesar de la alegría de ver a un ejército desfilar ante un gobierno republicano. "Más que lo vistoso y clamoroso del acto, nos impresiona la consideración de lo que significa. Un ejército español aclamando a la República". Poco duraría.
A Azaña le preocupaba más la mala escritura de los ministros que la de los revolucionarios. Sospechaba que la escuela corrige los defectos de unos mientras los otros son connaturales a sus propósitos e intereses.
Es bueno desconfiar de los políticos de mal estilo. La letra también es un espejo del alma con algo de inteligencia.
¡Viva la República!, grita José Ortega y Gasset el 3 de diciembre de 1933 contra todos los manipuladores, contra quienes se ofrecen a defender la República de peligros, contra los triunfos excesivos y sectáreos de otros, contra los políticos de "palabras vanas y hueras".
¡Viva la República!, grita el filósofo porque sólo mediante la República "pueden los españoles llegar a nacionalizarse, es decir, a sentirse una Nación". Contra todas las demagogias y a favor de los ciudadanos alzaba Ortega su voz plena de argumentos.
Ahora andan herederos y renegados revisando historias para denunciar una revolución con mala letra, acosada por las faltas de ortografía y pensamiento. Pero, ¿cuándo un fusil tuvo más inteligencia?
Los últimos tiempos casi recuerdan las peripecias de las memorias de Manuel Azaña, un continuo sobresalto. Sólo las escapadas a la sierra parecían airear una vida estrujada entre zambombazos de compañeros y enemigos. Y sólo esas escapadas dan tregua al afligido lector.
Nación ciudadana no hay mucha. Demagogia sobra. De políticos vocingleros y de mal estilo seguimos plenos. Y vuelven los manifiestos, género revolucionario y casi olvidado. Unos escriben planfletos y otros manifiestos. Y la mayoría pasa, o peor, lee los libros huecos de presuntos sabios porque son como la novela histórica, siempre llena de muertos, traiciones, adulterios y más fuerza que razón.
Aunque sólo sea para corregir los errores de la historia revisada, merece la pena firmar un manifiesto o simplemente leerlo.
Lo que el espíritu del hombre
Ganó para el espíritu del hombre
A través de los siglos,
Es patrimonio nuestro y es herencia
De los hombres futuros.
Al tolerar que nos lo nieguen
Y secuestren, el hombre entonces baja,
¿Y cuánto?, en esa escala dura
Que desde el animal llega hasta el hombre.
Luis Cernuda. Díptico español. Es lástima que fuera mi tierra
Memoria del Futuro. 1931-2006