Los autores quieren cobrar derechos por la lectura de sus libros en las bibliotecas. Curiosa idea. Entonces que en vez de libros publiquen en un sistema de pago por lectura, como los ya ampliamente desarrollados en internet.
¿Se pagan los libros por cuántos lectores los leen? Pondrán un chip chivato si pasas de ¿cuántas lecturas? Si leo un libro varias veces porque me gusta e interesa, ¿tendré que pagar más por él?
Condenados a no releer para no pagar otra vez. Para algunos es mejor un libro muerto en las estanterías que vivo en la mente de sus lectores, que se animarán quizás a comprarlo, a buscar otro título del autor o a citarlo para que siga siendo un autor respetado y autorizado.
Estos genios de la codicia de los derechos intelectuales pretenden cargarse las bibliotecas y la cita, cuna de la civilización y del progreso intelectual de la humanidad. Quizá les quieran pasar la factura atrasada a los monjes.
Los herederos de Aristóteles se van a forrar.
Si los universitarios españoles no compran libros académicos quizá habría que preguntarse si esos títulos sirven a quienes van dirigidos o si la educación actual se apoya realmente en ellos.
Todos conocemos muchos libros malísimos sólo escritos para engodar el currículo o justificar y optar a una plaza de profesor, catedrático, etc. Y todos hemos sufrido a los profesores desvergonzados que imponen en la bibliografía sus propios libros.
Los grandes y buenos libros siempre acaban bien reconocidos y bien vendidos, aunque cueste verlos entre la saturación de mamotretos.
El libro está pagado cuando se compra para la biblioteca. Los mismos editores y libreros españoles argumentan que una de las causas de su crisis es la escasa inversión pública en dotación bibliotecaria. Y no les falta razón.
Pero todo tiene un límite. Quienes defienden la cultura, y especialmente quienes escriben libros de consulta y técnicos, los más consultados en las bibliotecas, deberían recordar cómo han escrito sus libros y cuántas obras consultaron para llegar a la suya.
Basta ya de esta locura codiciosa, sepulta las reclamaciones justas en un montón de ignominia.