I saw the best minds of my generation destroyed by madness, starving hysterical naked,
dragging themselves through the negro streets at dawn looking for an angry fix
Aullido (Howl) cumple 50 años y el hispter está muerto. O casi, ahora es light, como casi todo. Pero es necesario seguir aullando para que la globalización y los nuevos identitarismos no te dejen el cerebro plano como un plato de diseño de un restaurante de cocina deconstruida.
who were expelled from the academies for crazy & publishing obscene odes on the windows of the skull
Allen Ginsberg publicó Howl en 1956 y un libro recuerda ahora El Poema que Cambió América. Hace ya mucho tiempo de eso. Los versos ahora o están en una canción que puedas tatarear (¡cuidado, que no te pille la SGAE! dentro de poco cobrarán por acordarte de una letra) o la poesía popular ya sólo puede ser visual.
Ginsberg dinamitó la América de la buena generación de la II Guerra Mundial cuando encontró a sus herederos
who ate fire in paint hotels or drank turpentine in Paradise Alley, death, or purgatoried their torsos night after night
with dreams, with drugs, with waking nightmares, alcohol and cock and endless balls
Normam Mailer los llamó "existencialistas norteamericanos", pero su modelo era más Jean Genet que Jean Paul Sartre. Después de Hiroshima y los campos de concentración nuestra vida estaba condenada a "la intolerable ansiedad de la muerte sin causa, de la vida sin causa también". El hipster sufre la maldición de vivir "de la adolescencia a la prematura vejez". Años más tarde, la frase de Sid Vicious resumiría todo: "Vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito".
El aventurero urbano de Mailer vive hoy huyendo o explorando Matrix por el ciberespacio.
Pero los cincuenta años de Aullido son también los 53 años de City Lights, la editorial de San Francisco que sigue siendo una apuesta por la literatura con causa, la política fuera de las instituciones y el buen gusto por los libros para no dejarte indiferente.
El truco eran los contenidos y el formato.
America why are your libraries full of tears?, se quejaba Ginsberg en América.
City Lights apostó por los libros de bolsillo y pequeños, muy baratos: Howl costaba 75 centavos. Interesaba más llegar a la gentes y hacer lectores que vender. Algo machacado hoy pese a tanto congreso.
La gente compraba los libros de la beat generation, los leía y luego se los pasaba a alguien. No eran para guardar, eran para compartir.
Me recuerda los libritos de El Sol, la gran operación de marketing y cultura popular con la que Germán Sánchez Ruipérez, patrón de Anaya, empujó la salida de aquel diario donde unos cuantos nos dejamos la piel y la ilusión de un periodismo imposible.
Libros manejables, breves, de usar y compartir.
Los de City Lights enclaustraban más rebelión que los de El Sol, empeñados en recuperar los grandes cuentistas clásicos. Hacen falta más libros así, más hipsters y menos modorra.