Saturday, April 15, 2006

Lo que sobra en una crítica

Francisco Casavella escribe una crítica. "Los cuentos que se incluyen en este libro son interesantes si uno sabe quién los escribió", dice sobre una recopilación de escritos de Raymond Carver titulada Sin heroísmos, por favor.
Suficiente para no seguir leyendo, ni la reseña ni el libro. Una crítica con una primera mitad impecable y una segunda mitad obligada en un suplemento blando y corporativo como Babelia.
El libro de Carver son desechos de escritorio. Cuentos de juventud todavía lejanos de sus escenas descarnadas, algo de poesía, un fragmento de novela, reseñas y dos ensayos brevísimos. Como dice Casavella, el volumen reúne dos pecados: creer que todos los autores tienen "carrera", una evolución biológica lineal a mayor gloria de exégetas, y el marketing de la celebridad, el nombre es la obra.
Son las proezas de antologistas vivos a la sombra de grandes nombres y herederos/as con necesidad o codicia.
Casavella publica la crítica en una sección titulada El Libro de la Semana. Quizá por eso se ve obligado a escribir una segunda parte descriptiva y generosa después de un comienzo brillante y casi tan ceñudo como los cuentos del reseñado.
La crítica necesaria es la de la primera parte:
"La etiqueta adhesiva: realismo sucio. La consagración: los cuentos de Catedral. Un primer aliciente biográfico: disfrutar de la corona de laurel cinco años escasos. El refrendo cultural de masas: la adaptación al cine que de sus cuentos hiciera Robert Altman. Un segundo puntito biográfico: dejar una viuda lejana en carácter a las temibles viudas negras de escritores prestigiosos".
La segunda mitad de la crítica sobra, como sobra esta recopilación en una sección de libros destacados.
Es la maldición de unos suplementos culturales y unos críticos entregados a los ritmos economicistas de las editoriales y no al paso de las necesidades, sorpresas y deleite de los lectores.
Críticos pesados que cubren con un velo de erudición la vaciedad de sus recomendaciones. Críticos adocenados por los cócteles y premios (generosos viáticos incluidos) de las editoriales y sus más de 78.000 títulos anuales.
Carver decía que le cansaban las novelas largas, en las que le costaba concentrarse. La atención desaparecía rápido y por eso sus cuentos disparaban escenas esenciales, minimalistas. Lo demás sobraba. Como en las malas críticas.