Una de las mañas históricas de los franceses es hacerse con los mejores y más prestigiosos valores artísticos españoles. La nómina de nombres arrebatados al parnaso ibero es enorme. Uno de los mejores trucos galos es rendir la grandeur a la obra del genio. El efecto de afrancesamiento es instantáneo y pertinaz.
Aquí, yermo desagradecido para sus mejores artistas, no hay grandeur y el glamour es más fatigoso a pesar de los dineros públicos que riegan el cine. Pero no sólo de dinero vive la cámara.
Pedro Almodóvar, uno de nuestros mejores directores y el más atractivo visualmente de los últimos 20 años, está en la Cinémathèque con una gran exposición para ahondar en una obra, vida y visión que recogen como ninguna la historia de la picaresca, la tragicomedia y el esperpento. Aderezados, eso sí, con una estética cutre pop inigualable.
Pedro, acuérdate de La Mancha ahora que has vuelto.