Granada. Repiquetean los chorros y las fuentes de la Alhambra cuando asoma la primavera. En el Colegio Mayor Albaycín hablamos de blogs Ramón Salaverría (estilo), Julio Alonso (empresa) y José Luis Orihuela (blogosfera). Llamo la atención sobre la mediatización de la vida entera. Casi no pasa nada sin encontrar un blog, un foro, un álbum digital de fotos, un chat o un wiki referenciando, comentando, anunciando.
Los medios ya no eligen qué publican, son los ciudadanos quienes difunden su yo y sus inumerables circunstancias, preocupaciones y gustos sin límite de contenido, técnica, formato, etiqueta o actitud. Los filtros son tan subjetivos e inmumerables como las personalidades digitales. La interfaz, la herramienta, se convierte en contenido, en realidad.
Millones de personas cruzan el espejo de Alicia y comienzan a vivir otra dimensión. Algunos no vuelven, fascinados por un yo fortalecido, más poderoso, perfecto y atractivo que su persona real. Y ahí despuntan algunos peligros, arañazos en tu piel ciberespacial.
Publicado el yo toda la vida se mediatiza. Mucho más de lo que nunca soñó la televisión, inventora y explotadora del gran reality show: de los programas de entretenimiento a la política de la imagen.
Sobrepasados los gatekeepers la imagen se amplía hasta un enfoque limitado sólo por la voluntad de sus creadores. Textos, sonidos, vídeos, fotos, lo importante no es el contenido ni la forma, sino la propia conversación. La comunicación interpersonal enlazando contenidos reales y virtuales.
La blogosfera es la gran promesa de participación democrática. Y lo es, otra cosa es su valor, su calidad, su capacidad para cruzar de nuevo el espejo hacia la vida real. Su expansión ha afectado al periodismo (mucho), a la política (ocasionalmente), a las empresas (un poco), a la forma de interpretar la realidad (para algunos), pero sobre todo ha conseguido que la mirada de los medios sobre la vida se amplíe y multiplique desaforadamente.
Ahora los medios somos todos.
En las laderas del Generalife tañen guitarras gitanas con cuerdas de agua de las fuentes de la Alhambra. El verde cotidiano de los árboles se rompe con los rayos amarillos de la primavera. La solanera ilumina miles de hojas y ramas como los blogs señalan asuntos de la vida pública y las cosas privadas de la gente.
Nunca tanta gente ha tenido un yo digital. Y faltan muchos. Todos deberíamos tener un blog. Es la forma más sencilla y honesta de henchir tu yo digital y proyectarte más allá de los límites físicos. Puedes controlar y ofrecer tu propia identidad a los demás. Ya no necesitas una imprenta para publicar ni dependes de los 15 minutos de fama que Andy Warhol nos prometía en el paraíso de los sueños mediáticos.
Tú controlas tu propio destino digital. Esa es la gran revolución de esta pasión desatada por la conversación digital. Pero, cuidado, a menudo se olvida el camino de retorno al otro lado del espejo. Alicia se pierde en su videojuego. ¿Para qué volver intramuros de la vida cuando la realidad se puede crear?
Con referencias, dichos, notas e informaciones crece la gran conversación y poco a poco el yo digital se fortalece. Y supera al yo real. En la realidad las causas de las cosas y los actos escapan a tu voluntad. En el ciberespacio, tú decides: la causalidad depende de la subjetividad del autor de blog, del jugador de pantalla.
Vuelve el pensamiento salvaje, mágico, a crear la vida deseada y no vivida.
Encerrado tras sus murallas vivían los nazaríes resguardados del ojo de la Reconquista que cabalgaba hacia la Alhambra. Patios y pétreos leones guardaban la privacidad de los reyes moros. Intramuros. El yo digital habita siempre extramuros y es líquido, multimedia, transita por el hipertexto.
¿Conocimiento compartido o cháchara infinita? Si el verbo crea es el gran momento de la magia mediática. El verbo inacabable y multimedia es un gran hacedor de galaxias. ¿Vivimos la realidad caótica soñada, la maldición de William Gibson, o las "líneas de luz extendidas en el no espacio de la mente" se ordenan con la conversación?
Desde la Alcazaba el rey ve los cármenes, pero no a sus moradores. Hasta sus súbditos más leales resguardan su privacidad. Pero en la sociedad de autores cualquiera publica la suya y la de otros, sin límites, sin leyes, sin etiqueta.
Y la propia vida cambia. Atados a la condena del tiempo en la vida carnal, el yo digital vive la narrativa libre y discontinua del hipertexto.
Carlos V encerró un mundo con forma de patio redondo en un palacio granadino de cuadrado perfecto. Quería superar el caos histórico de los reyes moros con la luz de la razón renacentista, inspirada por dios y el poder del hombre.
¿Estamos creando la misma ilusión?