Acaba de terminar la Semana de los Libros Prohibidos que la American Library Association celebra todos los años para recordarnos que la intolerancia y la censura perviven con fuerza hasta en los países más democráticos. Antes teníamos el Índice de la iglesia católica, las quemas y persecuciones hasta llegar a Fahrenheit 451, la pesadilla de Ray Bradbury.
Eran prohibiciones visibles, menos aniquiladoras que el silencio comercial moderno.
Muchos de estos libros incómodos ni siquiera se publican y otros son perseguidos por asociaciones, religiosos, políticos, timoratos y grupos de presión.
Antes era la prohibición de la fuerza y el poder, ahora basta con la indiferencia del marketing para hacer invisibles a esos volúmenes invisibles en las librerías saturadas de tanto título prescindible.
En los píos Estados Unidos, la mayoría de los libros perseguidos lo son por su lenguaje, por su contenido sexual, especialmente homosexual, por racismo o por su violencia. La política está más libre del hostigamiento que el pensamiento o la ciencia, ahora de nuevo hostigada por perversiones como el creacionismo.
"En un determinado momento, hay una suerte de extendida ortodoxia, un acuerdo general tácito para no discutir importantes e incómodos asuntos", decía George Orwell. Hoy es más vigente que nunca.
La oficiana de la American Library Association que defiende la libertad intelectual recibe más de 500 denuncias sobre libros perseguidos o denostados cada año, muchos de ellos por buenas razones, pero la corrección política y la defensa los convencionalismos y la opinión de la mayoría no debe llevar al silencio de las minorías sino queremos perder parte del espíritu humano y de la realidad.
"Si toda la humanidad menos uno fueran de una opinión, si sólo una persona fuese de la opinón contraria, la humanidad no tendría más justificación para silenciar a esa persona que la que ella, teniendo el poder, tendría de silenciar al resto de la humanidad".
Sabias palabras contra el totalitarismo de John Stuart Mill en Sobre la libertad.
Muchas instituciones como la New York Public Library se suman a esta celebración para sacar los libros polémicos de sus estantes y ofrecerlos al público.
No conozco ninguna organización en España que se dedique a defender la publicación de lo heterodoxo y lo incorrecto, sea para quien sea la incorrección, pero estoy seguro de que sigue haciendo falta.
En la Biblioteca Nacional encuentro 83 registros sobre libros prohibidos, la mayoría sobre acosos de otras épocas.
Legalmente, la censura en España se murió con Franco, pero la Semana de Libros Prohibidos nos demuestra que las democracias también temen a la palabra escrita.