"El bien y el mal en un libro de rocas. Lo mísero y lo opulento, en un libro de rocas (...). Yo. En un libro de rocas. Para siempre. Y en Bomarzo, en mi Bomarzo."
Pasean los visitantes por el sagrado bosque de los monstruos donde los seres pétreos custodian la memoria del hombre, su gloria y su condena. Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, nació adivinando no morir nunca. Hijo privilegiado y giboso de condottieros, cambió la fuerza de las armas por la del pensamiento y creó los monstruos de piedra de su bosque sagrado para que lo acompañaran siempre, en su seminmortalidad auspiciada por Marte y Venus, esa pareja holgando en la Casa de la Vida.
Manuel Mujica Láinez escribió Bomarzo el mismo año que Julio Cortázar alumbró Rayuela. Tanto le gustó que le ofreció a Mujica editar un volumen conjunto titulado Ramarzo o Boyuela. Juntas serían la gran obra nueva de la literatura argentina y universal para recrear el tiempo.
"Dentro de tanto tiempo que no lo mide lo humano, el duque se mirará a sí mismo". Orsini pasó la vida buscando los secretos pasadizos del palacio de Bomarzo para encontrar el tiempo recordado y el vivido antes por sus fieros antepasados. Buscó y buscó el cadáver momificado y coronado de flores con el que su padre lo hizo acompañar para espantar su miedo y la maldición de su destino.
El tiempo estaba detenido para el despojo muerto. Pero también para el hombre deforme, incapaz de empuñar la espada de sus mayores, pero tan creativo y lúcido como Miguel Ángel Buonarroti, nacido el mismo día, 37 años antes.
El tiempo no afectaba a La Maga de Cortázar como tampoco a los monstruos de lo humano de Bomarzo. Ni tampoco al hada Melusina, bella víctima de su condena sabatina de mujer sierpe.
Mujica Láinez no era un dandi, como defiende alguna crítica, sino un clásico recreando siempre lo eterno entre las calles porteñas, los recovecos de la historia o la alucinación de la literatura que envuelve Los ídolos, su otra gran novela de la que tanto aprendió Roberto Bolaño para excitar a Los detectives salvajes.
Mujica Láinez sólo era dandi por su elegancia y buen tono, pero su literatura y su periodismo (tan porteño, tan cotidiano, tan ilustrado) se alejan del decadentismo y la actitud esteticista ajada en un tiempo para encontrar todos los momentos entre líneas y pensamientos.
Es un clásico, como el Dante que anima el inicio de Bomarzo:
"sabe que fue el gran manto mi ornamento;
e hijo de la osa en realidad he sido"
Dante encuentra al papa Nicolás III, antecesor del jorobado Pier Francesco, en el Infierno (XIX, 69,70) y como su heredero recuerda la fuerza de los osos, amamantadores de los Orsini, culpables de la demencia y la deformidad del último duque por su guardia terca de la sangre pura.
Tres años después, cuando el tiempo no importaba, Mujica escribió El unicornio como Homero, fuese quien fuese, cantó La Odisea y La Ilíada.
El ciego heleno retrató la era de los héroes y los semidioses, y acabada la guerra contempló como Odiseo iluminaba la de los hombres y su viaje vital. Mujica exploró el despertar del hombre moderno, renacentista, su rebelión ante dios para hacerse dueño del tiempo y robar su destino para ponerlo en las manos de los compañeros monstruos del bosque humano como otros arrebataron el fuego a los dioses.
Y después persiguió con el hada Melusina, mitad mujer y mitad serpiente, al unicornio de los mitos, a la sagrada lanza de la muerte de la era divina cuando el amor la hizo "desvalida, exiliada de la gloria".
Mujica Lainez escribió el fin de los dioses y la era iluminada y monstruosa del hombre como lo hizo Homero, tantos años antes. Pero ambos son eternos, clásicos e imprescindibles.