La investigación judicial sobre la muerte del cámara español José Couso llega a su fin. No hubo asesinato ni acción dolosa, sólo fue un "acto de guerra contra un enemigo erróneamente identificado" según la Sección Segunda de lo Penal de la Audiencia Nacional que archiva las diligencias del juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz.
La justicia española no asume la afirmación del Pentágono de que no hubo "ni error ni negligencia" y se acerca a las conclusiones del respetado Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) que tras una completa investigación denunció que la muerte de Couso y del fotógrafo de Reuters Taras Protsyuk "no fue deliberada pero se pudo haber evitado".
Los magistrados archivan el caso a pesar de la negativa de las autoridades norteamericanas a colaborar con el interrogatorio del teniente coronel Philip De Camp, el capitán Philip Wolford y el sargento Shawn Gibson, mando y tripulantes del carro de combate que mató al cámara de Telecinco en el Hotel Palestina el 8 de abril de 2003.
Estados Unidos protege a sus militares y para ello no ha dudado en paralizar varias veces la legislación internacional. Pero todavía hoy la matanza vietnamita de My Lai como los abusos de la prisión de Abu Ghraib, dos descubrimientos del periodista Seymour Hersh, demuestran los pecados mortales y el abuso de los derechos humanos de las guerras de la primera potencia mundial.
Es difícil entender que un hotel lleno de periodistas fuera atacado sin dolo por un blindado norteamericano durante la invasión de Bagdad pese a la hipótesis del francotirador (tanta distancia, contra un carro de combate...).
Quizá no fue un delito, como dice el CPJ, pero demuestra los abusos del ejército norteamericano y su falta de respeto por la frágil inmunidad de los periodistas en los conflictos, tan machacada desde entonces con tantos reporteros y sus colaboradores (conductores, traductores) muertos, heridos o secuestrados (todavía Jill Carroll) en el país de los dos ríos.
John Pilger, corresponsal de guerra y conspicuo perseguidor de injusticias, afirma que "he llegado a estar convencido de que no es suficiente para los periodistas verse a sí mismos como meros mensajeros sin entender las agendas ocultas del mensaje y los mitos que lo rodean".
El Pentágono reinventó en la invasión de Irak la figura de los empotrados (embedded) para recuperar la épica de la guerra y la buena imagen de sus soldados desde Vietnam. Pero olvidaron lo que ya el gran Ernie Pyle había descubierto. Para los soldados en guerra, "matar es un oficio. Para ellos ahora no hay nada malo moralmente en matar".
Sólo desde el terror del combate y su degradación de la vida humana se entiende a los tripulantes de aquel tanque, sospechando de todos por su propio miedo, dirigiendo el cañón hacia aquella ventana y volando el ojo de una cámara que no era amiga, porque no venía con ellos, no era uno de los suyos.
La verdad de Pyle disparó sin remordimiento desde el calor de aquel tanque. Y Couso vuelve a morir hoy en el archivo de la justicia.
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