Arcadi Espada ha dicho sí a Pedro J. Ramírez. Y como el sí de las niñas estaba previsto y tiene tanto de verdad como de mentira. El director de El Mundo es un campeón del marketing periodístico y por eso es capaz de fichar a uno de los mayores críticos de sus torticeras y casi incomprensibles infotergiversaciones sobre los misterios del 11M.
Arcadi es hoy una estrella en El Mundo que, como en últimas ocasiones, vende sus fichajes con una cobertura exagerada. Pero en la era de la economía de la atención ya se sabe: cuanto más se habla más se vale.
Me alegro por los dos. Disiento mucho del elitismo periodístico de Arcadi Espada y comparto también algunas de sus críticas al mal periodismo moderno, pero su reivindicación de una teología de lo factual no me convence. Para eso prefiero a Walter Lippmann o a Scotty Reston, y cualquiera de los dos sabía que la honestidad democrática del periodista es al final mucho más importante que cualquiera de las mil definiciones de la verdad. La única verdad del periodismo puede ser la verdad práctica, como defienden Jack Fuller o los mejores teóricos modernos como Bill Kovach y Tom Rosenstiel.
Decía Arcadi en sus primeros Diarios (Espasa) que el periodismo moderno nació con la pretensión de que "la información, y en especial la información política, versara sobre hechos y no sobre opiniones" (pág. 135), y sigue: "La confusión más peligrosa entre hechos y opiniones no se produce (...) cuando el periodista opina en el interior de un texto informativo, sino cuando la opinión de alguien adquiere el tratamiento convencional de un hecho".
Y tiene razón. Tendrá que contárselo a Pedro J., olvidadizo de algunas lecciones del periodismo y tan memorioso con otras. Hoy los grandes diarios españoles son reos del periodismo de declaraciones y ruedas de prensa, y gran parte de la realidad que presentan es pura dialéctica, y peor, propaganda.
La única ventaja es que esa malversación de la realidad permite adaptar el discurso del diario a su posición editorial y criticar o apoyar con la misma irresponsabilidad al político de turno, bien sea de la parroquia o del eje del mal de cada momento.
Pero el sí de Arcadi a El Mundo tiene otro aspecto interesante: su renuncia a El País, su diario de tantos años. En el trasfondo está una evolución política incompatible con la línea editorial del periódico de Jesús Ceberio y una crítica sostenida siempre incómoda para los medios.
Los medios no soportan la crítica externa, pero mucho menos la interna. La mejor de las advertencias se toma como una traición insoportable. Y Arcadi ha ejercido de crítico oficial de El País los últimos dos años desde su blog. También de El Mundo, pero ahí anida la estrategia de la serpiente y se sabe bien cuando tragar y cuando no.
Tener un crítico oficial tiene la enorme ventaja de desactivar a los demás, pero hasta así la crítica llega a ser insoportable donde los defensores de los lectores son más bien protectores de la redacción.
El compromiso político contra la burocracia nacionalista y la reforma del Estatuto de Cataluña es la gota que colma el vaso. El periodista se ha hecho político y sale del ámbito de El País de palabra y de acción. Sus colaboraciones con la Faes de Aznar no habrán sido bien vistas desde los despachos de Jesús Polanco y Juan Luis Cebrián. El diario independiente de la mañana pierde un periodista conocido por su independencia de criterio y su compromiso cívico y político.
Lo peor para el diario de Miguel Yuste es que la evolución de Espada no es muy diferente a la de muchos de sus lectores, críticos con una independencia de mañanas cada vez más cortas o incluso practicada en la noche perpetua de los intereses corporativos.
Y Pedro J., buen ojeador y estratega, no pierde una.