Pegaso, Bucéfalo, Babieca... pero para mí ninguno como Huracán, el garañón rojo rey del desierto. Quizá de todos los cantos de libertad obligados en la adolescencia y siempre agradecidos, el más famoso de los mustangs de Zane Grey y Buck, el perro de La llamada de la selva de Jack London, son los preferidos.
El galope arrasador de Wildfire, nombre original del semental, y los aullidos de Buck, ambos acompañados de sus hombres inseparables y perseguidores, son dos enormes cantos de la búsqueda de una libertad y una vuelta a la naturaleza como pocas veces más se han oído. En ninguno de los dos está el mal de Moby Dick y la maldición del capitán Ahab ni la civilización de la selva emprendida por Rudyard Kipling.
Huracán, Wildfire... El reverso de la ética del Lejano Oeste de Gray está en The Misfits, el cuento de Arthur Miller en el que los caballos siguen siendo un símbolo de libertad y rebeldía. Pero está vez están condenados a acabar en una lata de comida para perros.
Mientras en el Oeste de Zane Grey la persecución del garañón salvaje es una de las empresas más nobles y excitantes del ser humano, el Miller de Los inadaptados cuenta el reverso del sueño con las vidas de rebeldía inútil del piloto Guido, el joven Perce y el acabado Gay.
Huracán es perseguido a caballo. Los rojos de su desierto son la inspiración de tantos pintores y fotógrafos de la vida salvaje o de la música de Paul Winter. Las descripciones de los cañones, los crepúsculos y las galopadas compiten con las mejores palabras de Lawrence de Arabia y sus pilares de la sabiduría.
El ruido del avión con mala gasolina de Guido vuelve locos a los ponys que acabarán en manos de Perce y Gay. Carne para perros y la destrucción del sueño salvaje por un centenar de dólares. ¿Tres días de persecución por un puñado de dólares?
Antes ya habíamos cerrado las páginas de Marcial Lafuente Estefanía y Keith Luger (Miguel Olivero Tovar), los maestros del pulp de la editorial Bruguera, para evitar la balacera inacabable que dejaba el cabecero de la cama lleno de agujeros. Y luego mi madre se cabreaba por los balazos y la falta de sueño de las noches en mitad de la calle del duelo.
Hubo una época en la que todos queríamos ser Robert Mitchum o Burt Lancaster. Pero antes quisimos ser Huracán y vivir indomables.
Con el tiempo uno tiende a estar más cerca del jodido Gay de Miller. Sobre todo cuando el autor decidió reescribir su cuento para hacer la película con su mujer, Marilyn Monroe. Y la cosa acabó como la carne de los caballos y como acaban los cuentos de fracaso y sueños rotos. Un Clark Gable más cínico que nunca, un Montgomery Cliff ya traspasado de huidas y el siniestro Eli Wallach. Roslyn sabía cómo tratar a aquellos tipos, pero cualquiera sujeta a los garañones cuando la noche vuelve a traer la llamada del desierto.
Yo me senté al del pampa;
era un escuro tapao-
cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo-
y era un pingo como galgo
que sabía correr boliao.
Ceñudo Martín Fierro, vareador de caballos.