Estados Unidos se ahoga en sus propias contradicciones y de entre las aguas que cubren Nueva Orleans, una gran parte de Luisiana y de Misisipi surge el Tercer Mundo oculto bajo el revoque de oro del imperio.
El huracán Katrina se ha llevado por delante el barniz orgulloso de una nación que oculta en sus entrañas las mayores desigualdades. Es una nación que mira con desapego a sus propios ciudadanos.
Estados Unidos se ha convertido en un país impotente y su imagen, su leyenda de país resolutivo se hunde en el Golfo de México.
Cercados por las aguas aullan los desamparados: los negros, los más pobres, esa enorme población que deambula por las migajas del país más rico del mundo.
Y su gobierno se olvidó de ellos.
Sus recursos se agotan en Irak, ese otro gran caos que nunca imitará a la Revolución Americana porque la democracia no se impone nunca con los tanques.
Estados Unidos ya no es la nación cantada por Walt Whitman. Se parece más a ese país extraño de sí mismo descrito por Philip Roth. Dos presidentes se unen a George W.Bush para intentar alejar el caos de las armas, de los desesperados, de la descoordinación y de la cultura de la violencia.
Y el presidente en ejercicio no se atreve a mojarse el dobladillo de los pantalones en el barro de sus ciudadanos desesperados.
Si esto es el imperio, que vengan los bárbaros.