"Aquí yace, -corazón sin corazón, mal plantado,
Demasiado logrado- como fracasado".
El epitafio de mi amado Tristan Corbière (pionero punk) puede servir para la gran crisis de la prensa francesa. Tan respetable, tan inteligente, tan exquisita, tan francesa. Hablar hoy de la prensa en Francia parece pertrecharse para la guerra: los grupos armamentísticos como Lagardere (Le Monde, revistas) o Dassault (Le Figaro, L'Express) controlan los grandes títulos.
Hasta el rojo y (hace ya mucho tiempo) revolucionario Libération ha caído en manos del heredero Edouard de Rothschild y su fundador, Serge July, se ha despedido en un último sacrificio para salvar la cabecera.
Los grandes rediseños de Le Monde y Le Figaro parecen no haber funcionado a pesar de mejorar los diarios.
El acuerdo accionarial de Le Monde con Prisa y la exportación del maná de las promociones tampoco frenan la caída.
En 1946, inventada la nueva prensa francesa tras la depuración de los restos del régimen de Vichy y el colaboracionismo, 360 franceses de cada mil compraban diarios. Hoy sólo lo hacen 140, cuotas cada vez más parecidas a las de países menos desarrollados culturalmente como España o Portugal.
La difusión ha bajado un 17,8% en diez años y un 1,93% sólo en 2005. Poco más de ocho millones de franceses leen diarios de pago y la publicidad ha caído un 45% en quince años, de 569 millones de euros en 1990 a 373 millones en 2005.
En contraste, más de 27 millones de franceses mayores de 11 años son internautas, casi el 50% del público total.
Los diarios gratuitos e internet son los responsables, como en otros mercados, pero también la singular estructura hipersindicalizada y reglamentada de la prensa gala.
Los costes industriales son mayores que en el resto de Europa y la distribución es ineficiente y cara. En diez años se han perdido más de cuatro mil puntos de venta: de 33.540 en 1995 a 29 274 en 2005.
Los franceses se gastan el 0,28% de su presupuesto personal en diarios y el 0,49% en revistas. Internet y la telefonía captan el 6% del dinero de los consumidores, una cifra que se ha doblado desde hace diez años. No es de extrañar con los móviles, las conexiones a internet y la banda ancha.
Anne Granet, consultora de IFRA, explica los males con razones conocidas: "El modelo económico es obsoleto por el acceso gratuito a la información y la segmentación".
Pero Francis Morel, director general de Le Figaro, todavía cree que "la prensa escrita permanece como medio de referencia" pero la conversación se aleja de los periódicos de pago y ya no tienen el monopolio de la información.
El Instituto Montaigne ha publicado un informe terrorífico sobre la crisis de la prensa. Su intención "original", según la llaman, es poner fin a las ayudas públicas a la prensa y lanzar un último Plan Marshall dotado con 1.300 millones de euros para modernizar la prensa francesa y acabar con sus ataduras industriales y de distribución.
Sus once propuestas incluyen el compromiso de reestructuración para acceder a las ayudas, suprimir los monopolios sindicales de distribución, modernizar las imprentas y redacciones, informatizar las redes y puntos de distribución, suprimir el perímetro de distribución reservado a cada quiosco y el sistema de pago, distribuir ejemplares concertados en los centros educativos, rebajar las leyes anticoncentración y renegociar los derechos de los periodistas.
Un plan Marshall esquivo. No ataca el origen del problema, vuelve a gravar los errores de los medios sobre el dinero de los ciudadanos y no mejora ni actualiza la información, sólo la producción de la prensa de pago y su distribución.
En España y otros países los editores se afanan por medidas similares. La sindicalización y el monopolismo es mucho menor. El poder de los impresores y linotipistas fue doblegado hace tiempo y los derechos de los periodistas respecto a los cambios de propiedad de los medios, indemnizaciones, etc. no son tan rigurosos.
La distribución es el eslabón débil común.
El sindicato de kiosqueros (me encanta canillitas, como dicen en Argentina) mantiene una red de comercialización antigua, excesivamente rígida y apoyada por ordenanzas municipales a menudo incomprensibles, injustas o muy influenciadas.
La cadena de distribución es poco eficiente. Las distribuidoras no son verdaderas comercializadoras, comprometidas con los medios para logra los objetivos de difusión adecuados. Se parecen más a simples empresas de transportes.
La llegada de los gratuitos ha supuesto una revolución en la distribución.
Desde la AEDE (el gremio de editores) se trabaja ahora para mejorar la comercialización. Es imprescindible, pero no suficiente.
Es el propio modelo de negocio y la estructura de los ingresos lo que estamos obligados a cambiar. Pero también el tipo de periodismo que se hace y su relación con el público.
La cadena de la distribución falla. La de la confianza y la credibilidad, también.
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