Monday, September 18, 2006

¿Quién controla la nueva televisión?

¿Es la nueva televisión participativa por internet (wikiartículo) una oportunidad o amenaza para la industria del cine y la televisión?
La respuesta depende en gran parte del dilema entre apertura a la participación y el control sobre la comercialización. Lo que se llama ya la paradoja del control, en versión 2.0.
Dos artículos abordan el problema este fin de semana.
En El País Negocios explican cómo se acortan los tiempos de las ventanas de exhibición mientras nacen nuevas ventanas o formas de acceder a los contenidos.
El pirateo, una obsesión redundante de El País por razones corporativas, es otro de los ejes del reportaje, que acaba esperando de la industria un paso adelante.
En The New York Times examinan los experimentos de productoras de cine, televisiones y empresas de internet para comercializar las películas, vídeos, series y contenidos participativos. Netcasting, lo llaman.
El diario norteamericano ve un cambio en la estructura de la publicidad televisiva, el nacimiento de un nuevo mercado y sus repercusiones sobre las salas de cine, los DVD, el alquiler y la piratería.
Pero el artículo acaba defendiendo a los distribuidores de pago por la calidad y exclusividad de sus contenidos.
Aspectos de un cambio de escenario similar al de la industria musical o al de la prensa.

Ninguno de los artículos avanza sobre la paradoja 2.0 del control (2.0 Paradox Control). La lucha entre la apertura de contenidos, productores y distribución, y el control sobre el rendimiento económico, sea por pago o publicidad.
Es el núcleo del problema entre la concentración vertical de los grandes medios y el surgimiento de una red inmensa de productores y distribuidores personales u organizados en medios de negocio abierto.
La revolución de los contenidos digitales es que ya no se necesitan grandes infraestructuras para la producción, promoción, distribución y comercialización de los contenidos.
Los autores pueden acceder directamente al público con sus obras (paradigma muchos a muchos).
Esa capacidad no invalida la cultura y el espectáculo de masas. El broadcasting, la difusión masiva o cultura de hits seguirá existiendo, pero ahora hay espacio para otros.
Las televisiones y los estudios, como las productoras de cine o los grandes diarios, pueden seguir vendiendo sus contenidos profesionalizados y acomodados al gran consumo. Junto a ellos muchas más personas y pequeños medios y organizaciones pueden producir, distribuir y comercializar sus obras.
Y para eso no hace falta renunciar a nada ni plantearse discusiones falsas sobre los derechos de autor.
Son los autores y el público los que ganan.
Pero para que esa cultura y ese mercado de nichos se desarrolle es importante cambiar el modelo de negocio para centrarse en la creación, no en la distribución ni la comercialización, el modelo actual.
Las viejas rentabilidades y la necesidad de asegurar una completa infraestructura dejan de existir. El objeto del negocio vuelve a ser la obra y la satisfacción de autores y público, sin intermediarios.
La crítica de Jeff Jarvis a NBBC, el nuevo mercado viral de televisión, es acertada pero no justa del todo. Las televisiones pueden mantener y desarrollar su modelo de negocio. No estoy seguro de que los autores audiovisuales independientes precisen de esos instrumentos de mercado, que los atarán de nuevo a la gran industria y a su abusiva gestión de derechos.
Lo más interesante, bajo mi punto de vista, de la crítica de Jarvis, es la aparición de nuevos formatos atractivos e interesantes por sí mismos. Una obra audiovisual ya no debe ser un largometraje. Ni siquiera un corto. 30 segundos geniales, tres minutos de impacto o reflexión son suficientes. Me recuerda cuando el rock y el pop de finales de los años 70 y primeros 80 volvieron a imponer las canciones de dos o tres minutos. Menos punteos interminables y una buena guitarra rítmica llegaban.
En los nuevos formatos hay una oportunidad para creadores con pocos medios. Son fáciles y baratos de hacer. Se pueden ver o bajar sin demandar un gran ancho de banda. No hay que estar preparado para una larga sesión de arte. Simplemente pinchas y lo ves. Si te gusta lo enlazas o lo redistribuyes.
Listo.
Cambia el negocio y la estructura de la obra.

El desafío es organizar medios de negocio abierto capaces de ofrecer soporte a los creadores y orientados a reinvertir todos los ingresos en la creación de obras, garantizando así la superviviencia financiera de los creadores.
Cuanto más das, más consigues.
Una parte fundamental de esos medios es desintermediar. Conectarse directamente con el público y volcar la obra en el dominio público, no para perder ingresos, sino para permitir la obra derivada y hacer más perdurable la obra original.
Para eso debe cambiar entre otras cosas la ley de cine, ahora que el PSOE anuncia su revisión.
El artículo 5 de la ley actual limita las ayudas a la producción para "empresas productoras" según la taquilla. No a autores según nuevos criterios y ventanas de exhibición.
¿Qué taquilla?
La nueva ley del cine debe renovar el concepto de obra cinematográfica como ya ha hecho la ley del libro.
Las ayudas tampoco deben concederse a las "empresas con personalidad física o jurídica que realicen las actividades de producción, distribución, laboratorios, estudios de rodaje y doblaje, material audiovisual y las demás conexas que se determinen, así como las personas o entidades titulares de salas de exhibición". Las candidatas con derecho a subvenciones, según el artículo 11.
Las nuevas obras audiovisuales no precisan esa cerrazón de productoras, taquilla y rollos (contesto así a las objeciones de PLSegovia a mi crítica de las ayudas al cine).

El futuro del periodismo camina por la misma vía: menos negocio y más periodismo. Pero eso es otro post.

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