Celebrar treinta años tiene el peligro de no tener nada que celebrar, pero la manía de las efemérides es así: a fecha redonda, aniversario al canto, cuadre o no cuadre. Y claro, a veces no cuadra. Los medios se han llenado hoy, 20N, cuando ya esta fecha casi no significa felizmente nada, de celebraciones un poco espurias, fundamentalmente por falta de causas de celebración. Puestos en esa tesitura, cada cual ha ido a la suya ahora que el peligro rojo parece un pato mudo, las sotanas hacen ruido con los dineros de los colegios concertados y los púlpitos truenan al estilo Dante y su simbiosis de lo acontecido en su tiempo y en sus deseos.
Han pasado 30 años desde que se murió el viejo dictador de una de las peores muertes posibles. El franquismo era tan chapucero que en lugar de fabricar una muerte imperial capaz de mantener la gloria de las banderas ondulantes, un deceso sereno de "atado y bien atado", ofreció el espectáculo calamitoso de aquel despojo maltratado por los tubos médicos de un país atrasado.
Faltaban fontaneros políticos y constructores de imagen, agotados en tanta estatua escuestre de un tipo al que no le llegaban las botas al estribo, pero sobradas para aguantar la más larga de las dictaduras modernas europeas.
Mala credencial para aquella España triste de tute y sol y sombra.
Aquello no era dictablanda, otro revisionismo: lo era para los silenciosos, los cobardes que vivían al socaire de los grises y la burocracia, los melifluos escudados en la idea de un país poco preparado para la libertad. Era un desastre patético incapaz no ya de asegurar, sino de luchar siquiera por su propia supervivencia.
Eso sí, la dictadura se agotó de vieja, como Franco.
Era un país avejentado y cutre en lo material, en el alma, en lo técnico... un país de burros (cuando no estaban en peligro de extinción) y viejas de negro en las calles plagadas de iglesias y estancos. Un país dominado por burócratas de traje gris lameculos de ricos protegidos por algunos descerebrados de camisa azul, tan aburguesados (para vergüenza de Ledesma Ramos) que ni siquiera fueron capaces de defender sus privilegios. Lloraron como boabdiles unos días y amanecieron tras su cuaresma como demócratas de toda la vida.
Todo saltó en pedazos. Tan rápido que fue imposible la resistencia y aquel fósil agrietado llamado el Régimen cayó con la rapidez del vestido que dejó ver la primera teta del destape. Frufrú de sotanas y no pasó nada. Palabras altisonantes en el patio de banderas y la Brunete sin gasolina. De rodillas y al reclinatorio a recordar al cardenal Segura, para que ahora digan no se qué cosas de la libertad que nunca nos dieron entre tanto pecado y tanta penitencia. La libertad, si la querías, te la comprabas en noches de putas recatadas y anulaciones matrimoniales en el Tribunal de la Rota.
Fuese y no hubo nada, para honrar al poeta del quinto centenario, otra efeméride. España cambió sin mucho dolor ni espasmo y afortunadamente con poca sangre. Ya bastaba con la derramada y con la que vendría de los que no se quisieron enterar de que la libertad, las patrias y la política se discutían en las elecciones y el parlamento.
De las celebraciones destaco dos:
En El Mundo apuntan a la monarquía y descubren que los jóvenes comienzan a ser republicanos mientras las viejas siguen en el Hola, auténtico coronador de reyes. Los republicanos siguen siendo pocos cuando hasta el PSOE es punta de lanza de la reforma de la institución. Pero el exceso de cuché y televisión de corazón triposo tras las urgencias democráticas comienza a pasar factura.
Paro en el ABCD del sábado. Repaso de 30 años de cultura. Desde el adiós a los retratos idealizados (perdón, perviven en los que mandan pintar presidentes de toda laya: del gobierno, autonómicos, de los parlamentos) y la estética de piedra fascista, todo abundantemente socavado desde finales de los años 50 por la cultura y el arte real: la democracia fue el punk y el abaratamiento de la cultura con la masificación del entretenimiento. Curioso. La misma conclusión que Hannah Arendt en su ensayo La crisis en la cultura, cuando decía aquello de que la moral burguesa acabó con la cultura al convertirla en entretenimiento al extenderlo a las masas.
Ahora la música imita a la realidad televisiva, por ejemplo.
Los mandarines siguen en su lecho celeste. Hay mucho de verdad en algunas quejas, como en la de Jaime Siles sobre la literatura. La belleza ha perdido eficiencia moral, de acuerdo, pero entre la montaña hiperinflacionista de premios y publicaciones se pueden encontrar títulos y autores hoy más leídos que nunca.
A la literatura se le piden cosas a menudo excesivas, y no sé si todos los renglones soportan tanta responsabilidad, y tienen derecho a no quererla, carajo, como diría Pérez-Reverte en una buena entrevista.
Lo decía Benet: nos tomamos demasiado en serio. Mucha patafísica.
De la importancia de la explosión punk me quedo con las palabras de Ramón Buenaventura: "Llegó el punk; y la revolución dejó de interesarnos". Bueno, yo diría que los Sex Pistols y los Ramones nos cambiaron el foco, y más todavía Patti Smith y David Bowie, adorados e inspiradores de lo que luego sería la Movida, fiesta perpetua para muchos y búsqueda convulsa de una belleza interna con su bomba de muerte y amores amarillos, según para quién. Compárense letras de Los Secretos, Paraíso, los primeros Gabinete o del primer Radio Futura al jardín botánico y júzguese.
El punk era "lo primero que ocurría en la España contemporánea al mismo tiempo que en el resto del mundo (después del fascismo, a cuya madurez también asistimos con gran puntualidad)", recuerda Buenaventura.
Entonces era un milagro entrar en aquellas tiendas con discos de importación que comenzaban a aparecer. Recuerdo las letras de la portada amarilla, negra y rosa y cuántas veces lo escuchamos. ¡Cuántas veces gritamos Anarchy in the UK pensando en la mierda de país que por entonces todavía teníamos!
Sí. Lou, Patti, Springsteen, el enésimo Bowie, BadCo, The Cars y tantas cosas que comenzaron a pasar al mismo tiempo. Por primera vez estábamos sincronizados con el resto del mundo. Tanto que un día nos atrevimos y celebramos con lo que quedaba de The Doors los diez años (otra efeméride) de la muerte de Jim Morrison leyendo a Baudelaire y a Corbière. ¿Recuerdas la cobertura en Popular 1?
Maniquí ideal, cabeza de turco, señuelo,
¡Eterno femenino...! Plancha tus toquillas;
Y ven a mis rodillas, cuando yo marque la hora,
para enseñarme como obras tú, ángel caído. TC.
Pero esto es otra efeméride y tan largo como un mal punteo heavy. Callo.