El Senado y Bruce Springsteen no se quieren. Una moción para rendirle honores en el 30 aniversario del mítico Born to Run, como se ha hecho con otros símbolos de la cultura americana, ha fracasado por la oposición de los republicanos. Pero los demócratas no se dan por vencidos y van más allá. El gobernador de Nueva Jersey, el demócrata Jon Corzine, quiere convencer al Boss para convertirle en senador.
Harlan Coben, una de las últimas estrellas de la novela negra, reflexiona en The New York Times sobre la intolerancia a la que ha llegado la política norteamericana. Y a mí me recuerda la terrible opresión política, el alineamiento partidista que vivimos en España.
"¿Qué ha pasado con abrazar la diversidad de opiniones? ¿Qué ha pasado con la idea de que una sana oposición es buena para todos, que nos ayuda a aclarar nuestras propias opiniones, que sólo cuando una idea es expresada mejor que otra la hace realmente fuerte?", se pregunta el novelista.
Algo así pasa en este país cainita nuestro, repleto de cafres que disparan antes de escuchar, antes de leer, antes de reconocer la libertad de los demás a decir y pensar lo que ellos no piensan. Sólo defendiendo esa libertad se defiende la de todos.
Pero la política, más bien el partidismo moderno, vuelve a apostar por la aniquilación del adversario y su pensamiento. Como ocurrió en los años treinta en toda Europa con los totalitarismos de derecha e izquierda. Y después con la paranoia de la guerra fría y el estalinismo.
Y ahora andamos otra vez a vueltas.
Springsteen no tendrá su medallita porque tiene una sólida reputación de no huir. Apoyó a John Kerry, defendió a las Dixie Chicks cuando sufrieron el aniquilamiento inquisitorial de los republicanos por cantar contra la invasión de Irak, cantó siempre la canción de la América desfavorecida, contra la brutalidad policial, etc.
Springsteen suda la camiseta en sus canciones y en sus conciertos. Y no huye. Y los republicanos no se lo perdonan.
Por eso hay quien cree en un senador Bruce Springsteen para romper el gélido elitismo de una política profesionalizada, dominada por los ricos y las empresas que los apoyan, cada vez menos dispuestos a admitir a ciudadanos distintos en los foros del poder.
Me gustaría ver a Springsteen en el Senado de Estados Unidos. Me gustaría ver a más gente con ideas y sin profesionalismo político asumiendo responsabilidades democráticas. Pero quizá el feroz y cerrado partidismo repele los cuerpos extraños con fuerza biológica.