Hay días en los que el destino se forja a fuerza de voluntad. Días donde el uno pone y Dios dispone del viejo refrán se vuelve rebelión contra los designios divinos y afirmación de la fuerza prometeica de lo que uno quiere ser. Se pongan los hados como se pongan. En algo así pensaban los catalanes el miércoles pasado, cuando una delegación del tot Catalunya se plantó en Madrid sin miedo a los leones para presentar el polémico proyecto de reforma del estatut.
Y con ellos llegó La Vanguardia en su mejor forma. Dispuesta a demostrar su trapío en las grandes tardes, sea el coso parlamentario, público o de arena manchada de sangre, española u otra, que la sangre derramada siempre es una pérdida.
La Vanguardia puso en su edición de ayer el porqué es y seguirá siendo un diario de referencia. Por voluntad y porque pone los recursos para serlo cuando es hora de demostrarlo.
Lo hizo al estilo de las grandes ocasiones, cuando los diarios muestran el poder de sus palabras, la inteligencia de sus profesionales, el compromiso con sus lectores y la voluntad editorial de ser lo que se quiere ser.
El día de la cobertura de la presentación del estatut en las Cortes Generales La Vanguardia echó mano de la fórmula clásica de los diarios de referencia para cubrir las grandes ocasiones: amplia cobertura, editorial en portada, referencia documental y textual de los discursos decisivos, análisis, opinión y amor por la letra y su significado.
Excesivo en tiempos de gratuitos o realities, pero el periodismo, o es excesivo por el poder de su lente selectora, o es un coñazo y un error.
De entre la cobertura destaco dos perlas.
Enric Juliana es un periodista comedido. De los de reflexión larga y palabra cuando toca. Dicen que es tímido, pero cuando no se habla demasiado se escucha más y se puede hablar -y escribir- con tino. Y Enric lo hace.
"Era la hora del campari y desaparecían de las bandejas de plata de la España constitucional las últimas lonjas de la ambigüedad catalanista". O todo o nada es una pieza para leer despacio y recordar. Suena a Lorca por las anáforas y una cadencia de grandes tardes. ¿Quizás un guiño? ¿Un recuerdo de tardes romanas, su viejo destino de corresponsal?
"Los pactos con el poder; los pactos discretos con el poder suelen ser un manantial de energía. Mas sabe lo que ha hablado en la Moncloa. José Luis Rodríguez Zapatero, obviamente. José Montilla está al corriente. Pasqual Maragall -¡ay!- también; y los líderes de Esquerra, si no lo saben, se lo imaginan". Dice más de lo escrito y calla menos de lo que la timidez aconseja.
Juliana se la jugó con frases arriesgadas ("Y Pasqual Maragall era pura melancolía") y ganó por información y visión donde en otros sobra partidismo.
En el bar del Palace montó La Vanguardia su banco de escritores y los renglones no salieron torcidos. Si uno se acoda bien, no hay vermú que pueda con la crónica.
Joan de Sagarra consiguió incluso una televisión donde no se ve. Pero por algo Cinto, barman del hotel, es catalán. Y en día de barretinas uno se salta hasta las reglas de la caoba por hacer patria con permiso del maitre.
Joan de Sagarra se acodó en el bar de los catalanes (¡lo que tira ese hall pretencioso!) y resucitó a Julio Camba en un diálogo de verdades remedadas.
Es lo que tiene ser hijo de poeta. De Sagarra a Sagarra, Camba volvió con su ironía de gallego retranqueada por un catalán para sentenciar: ""A las Cortes, como a la Arrabassada (famosa cuesta barcelonesa), se va a jugar al póquer y en el póquer todo vale. Cartas marcadas, cartas escondidas...".
Como en el periodismo.