El cónclave ha decidido. Joseph Ratzinger, el hombre que ha dirigido la Inquisición (Congregración para la Doctrina de la Fe) durante los últimos años y que representa la visión más conservadora e intolerante de la iglesia de Roma, será el nuevo papa: Benedicto XVI.
La iglesia se inclina por un papa imperial que mantenga la unidad de doctrina y del catolicismo fortalecidas por Juan Pablo II.
Ayer mismo en la homilía Pro eligendo Romano Pontifice el cardenal alemán clamaba contra el relativismo y censuraba las tentaciones:
"Una dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos".
Y seguía: "Adulta no es una fe que sigue las olas de la moda y la última novedad: adulta y madura es una fe profundamente enraizada en la amistad con Cristo. (...) Debemos hacer madurar esta fe adulta, y debemos guiar el rebaño de Cristo hacia esta fe".
Es la rebelión de la iglesia no sólo contra el relativismo, sino contra la modernidad, la Ilustración, la razón y el humanismo no cristiano.
Ratzinger seguirá la estrategia de Juan Pablo II de un papado fuerte y ortodoxo, sin fisuras doctrinales, que devuelva a los cristianos el orgullo de la fe y de sus creencias.
Un papa ortodoxo para enfrentar la sangría de una fe que se exhibe en público mucho más de lo que se practica en privado, de la herida de la pérdida de fieles en beneficio de sectas evangelistas y otros credos, de la descristianización general de Occidente.
Ratzinger no tiene en Alemania el fervor de Wojtyla en Polonia. En su país natal Benedicto XVI es muy criticado por una iglesia con fuertes tendencias liberales en materia de representación de las mujeres y en permisividad con los comportamientos sexuales, especialmente de los jóvenes. Las polémicas con los teólogos liberales alemanes del nuevo papa son ya proverbiales.
Quienes le conocen afirman que le falta también la calidez humana de su antecesor. Pruebas ha dado de severidad y carácter duro.
En 2003, Ratzinger recordó a los políticos católicos que debían oponerse a cualquier compromiso de apertura en cuestiones como el matrimonio (contra las uniones homosexuales), el aborto y la eutanasia.
Veremos cómo influye esta doctrina en las relaciones del gobierno español con la Conferencia Episcopal, con la que parecía haberse recompuesto el diálogo tras la sustitución de Rouco Varela por Ricardo Blázquez.
La iglesia debía elegir entre un cambio de rumbo, un papado abierto a la sociedad y a sus nuevas necesidades y comportamientos, más comprensivo con fenómenos como la igualdad de la mujer, la anticoncepción, la libertad sexual y la vocación por los desfavorecidos, proclive a la democratización de la iglesia, o un nuevo papa de convicciones fuertes alrededor del corazón de la doctrina, sin revisionismos como la teología de la liberación, de la que el prelado germano fue perseguidor implacable.
Ha optado por el último. Quizá sea bueno para la fe pero no es una buena noticia para quienes rechazan los fundamentalismos.
[Ratzinger Fan Club no ha podido soportar la presión y se ha caído. El blog del Cónclave de Telecinco, también. Rubén Amón se despide en ElMundo.es declarándose agorero]
P21 | Al margen de la corriente hagiográfica
P21 | El desafío imperial de la iglesia
P21 | Juan Pablo II muere y deja una iglesia fuerte