A nuestros políticos les ha entrado una pasión incontrolable por la veracidad de los otros. Es una pasión virtuosa, diría Aristóteles, pero peligrosa si los mismos políticos o sus elegidos son los encargados de determinar la adecuación a la verdad. El País dice que el ministro José Montilla quiere que el Consejo Estatal de la Información, resultado de las promesas del presidente Zapatero y del informe del Comité de Sabios de la Radio Televisión Pública, examine la veracidad de los medios y su información.
La inspiración viene de Cataluña, donde la nueva Ley Audiovisual ahondará en la veracidad de los medios a la luz del "abanico de tradiciones, a su entorno simbólico", dice en su exposición de motivos.
Como el Ministerio de la Verdad de George Orwell, donde reescribían las noticias gracias al Newspeak, artilugio de la mutabilidad del pasado, de la banalidad de lo dicho y escrito.
Es lo que le pasa a la veracidad cuando se la mete en un entorno simbólico en lugar de dejarla en un contexto de discusión racional y democrática (como también defendía Walter Lippmann), con todos sus peligros.
Los manipuladores usan el mito, la mentira y la exageración. Sus perseguidores, también. ¿No son manipuladores ambos?
La verdad de la información. Los ilustres sabios redactores del Informe para la Reforma de los Medios de Comunicación de Titularidad del Estado (pdf, páginas 149 y 150) no se atrevieron a tanto.
Reclamaban autorregulación (aunque no explicaron más que el Parlamento eligiría a los miembros del Consejo) y pedían una regulación en la senda de la nueva directiva europea de Televisión sin Fronteras o las autoridades audiovisuales británica, francesa o estadounidense, que se contentan con perseguir la protección de los menores, la dignidad humana, la discriminación y la protección de derechos fundamentales.
Pero la mentira, el libelo, queda para los jueces en los estados democráticos. Y andan estos días algunos ministros quejosos de que en España la pasión democrática de la Transición nos dejó sin leyes antilibelo. ¡Bendita pasión!
También hay periodistas defensores de un estatuto (que aprobará en Congreso) donde se crea un Consejo Estatal de la información y no sé cuántos autonómicos. Por supuesto, tendrá capacidad sancionadora y te retirará el carné de periodista si te portas mal (el mío se lo pueden ahorrar, porque no lo pediré).
Montilla anda escocido por los ataques de la crispación. En Cataluña la paciencia se ha acabado y muchos prefieren la benevolente tutela de los políticos y sus elegidos al suplicio de las radios canallas y los diarios alarmistas, sarpullidos de la democracia y la libertad.
¡Qué poco confían en el juicio de los ciudadanos!
La libertad mancha. Los pulcros se alarman y acabamos dando limpieza y esplendor con un Newspeak como el del Ministerio de la Verdad para adecuar las noticias al entorno simbólico.
Después, silencio.
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