Si la lengua es algo vivo debería abrirse más a la gente. Antes los lexicólogos recorrían las calles escuchando conversaciones y escrutaban los libros en busca de palabras sancionadas por la autoridad de lo escrito. Ahora es más fácil y más rápido usar internet y las herramientas participativas para ampliar y refrescar el léxico. Ese impulso ha animado a Merriam-Webster, uno de los grandes diccionarios en inglés, a crear un diccionario abierto (open dictionary) donde los lectores pueden enviar sus palabras para ser incorporadas directamente.
Es el segundo ejempo de diccionario participativo o abierto (quizá JA Millán sepa de más) que conozco tras el Wiktionary (Wikcionario en castellano) de la Wikipedia.
Los editores de Merriam-Webster sólo exigen que las propuestas sean palabras reales (usadas por otros, no neologismos propios), claridad (virtud clave de un diccionario) y confían en la responsabilidad de sus voluntarios.
La información sobre el registro debe incluir la palabra y su género, definición, ejemplo de uso y autoridad (referencia escrita) si existe.
Una revisión posterior decidirá qué términos pasan al corpus lingüístico del diccionario tradicional.
La diferencia del método de actualización con diccionarios académicos como nuestro Diccionario es clara. Una actualización del diccionario de la Real Academia parte de las comisiones académicas, luego el Instituto de Lexicografía prepara la documentación y la comisión o el pleno las discuten. Por último se pasa la consulta a las academias americanas para sus observaciones.
Dos métodos cuya convivencia aviva el idioma y su reflejo lexicográfico sin penalizar el rigor.
P21 | El genio del idioma vive en América