Julio Cortázar se pasó la vida dando instrucciones: para leer Rayuela, para llorar, para cantar, sobre cómo tener miedo, para subir una escalera, para dar cuerda al reloj (allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo). El escritor decía que la mayoría de sus cuentos estaban escritos al margen de su voluntad. Para nosotros es una suerte porque ese destino nos dejó una de las grandes obras escritas en castellano. Y es una suerte que su primera mujer y siempre amiga, Aurora Bernárdez (gallega), haya decidido donar a Galicia las fotos y películas del autor.
Los gallegos nunca se lo agradeceremos bastante a Luis Seoane (más), ilustrador y editor de Cortázar junto a Lorenzo Varela y Arturo Cuadrado. Aquellos tres exilados desarrollaron en Buenos Aires un pedazo de cultura universal de honda raigambre gallega y descubrieron y ayudaron a escritores como Cortázar en sus sucesivos proyectos editoriales.
El autor de Historias de cronopios y famas acabaría más tarde arropado por otro gallego, esta vez hijo nato del exilio, el legendario editor Francisco Porrúa, y nacería una colaboración en Sudamericana, Minotauro y otras editoriales en la época llamada el boom de la novela sudamericana.
Seoane volvió y su fuerza emprendedora nos legó el Laboratorio de Formas de Galicia (1963) y la recuperación de la renovación de la plástica gallega abortada por la guerra y la dictadura.
Lorenzo Varela volvería más tarde, en 1977, y su pasión periodística y política se revolvió contra la prensa roma y adocenada de entonces. Creó el Instituto Galego da Información y fracasó en su empeño de crear nuevos medios en Galicia. Pero la semilla sigue en Ediciós do Castro.
Las fotos y películas del hombre acechado en casas tomadas y aferrado a las instrucciones para orientarse en un mundo extraño y fascinante estarán en el Centro Galego de Artes da Imaxe, a unos kilómetros sin mar por medio de su biblioteca, donada por su viuda a la Fundación March en 1993.
Las imágenes de Cortázar se ofrecen a Galicia cuando en Buenos Aires se abre el Museo de la Emigración Gallega y fecunda ese intercambio obligado. Desde mi infancia gallega soñaba siempre en Buenos Aires, ciudad fascinante de calles más grandes que nuestros puertos, cuando aquí y allí vivíamos sin la libertad que Cortázar, Seoane, Varela, reclamaron siempre y nunca perdieron.
La quinta provincia siempre fue un sueño, pero afortunadamente nos deja realidades como este legado. Benvido.