Sin respuesta. Silencio administrativo. Es la contestación más habitual de las administraciones públicas a los ciudadanos. Una democracia no funciona sin transparencia y el derecho de los ciudadanos a conocer y exigir la información. Por eso ya es hora de tener una ley de acceso a la información pública como la que acaba de anunciar el presidente Zapatero. Una demanda todavía más importante en la sociedad de la información, cuando la ciudadanía digital y el e-gobierno amplían y el valor de los datos y la participación.
España es uno de los pocos países europeos sin una ley para garantizar el acceso a los datos y actividad de las administraciones. Una falta de transparencia denunciada repetidamente. Manda la propaganda frente a la información sobre qué hacen los cargos públicos, con quién y a dónde va el dinero de los contribuyentes.
Según el último informe sobre la transparencia informativa en España, el 78% de las solicitudes de información a la administración no se contestan adecuadamente. La administración digital avanza, pero más enfocada a facilitar trámites administrativos que a ampliar la ciberdemocracia.
En Gran Bretaña el gobierno estudia un plan para publicar toda su información en webs donde los ciudadanos puedan participar y utilizar esos datos para cualquier actividad. Barack Obama defiende en Estados Unidos la publicación en internet de todos los actos administrativos y la creación de una especie de Google para el gobierno, un buscador para controlar el dinero público.
En España será necesario vigilar de cerca la ley para no repetir los problemas y limitaciones sufridos hasta ahora. Una buena ley de acceso a la información debe garantizar el derecho de reclamar información de forma sencilla, rápida y gratuitamente sin que se pregunte al ciudadano para qué quiere conocer la información. El rechazo debe ser motivado y recurrible ante un órgano independiente. Y si la información de las administraciones vuelve al dominio público a través de fuentes abiertas y participativas, la ciudadanía 3.0 empezará a ser real.
La calidad de la democracia va en ello.
Columna en los diarios de Vocento