Perseguidos: ciudadanos de una cultura libre y participativa, donde el público no es un mero consumidor, sino que participa, comparte, remezcla y crea como expresión de su identidad, gustos y para relacionarse con otros.
Perseguidores: autores y empresas aferradas a viejos derechos de un sistema donde la rentabilidad está en la copia inmutable y en el control de su comercialización y su conversión en nuevas obras.
Autores recelosos en una sociedad de la información donde la digitalización multiplica el consumo gratuito de más información, cultura y productos que nunca. Persiguen a quienes más aman sus obras y demandan control sobre su creación.
Un mundo de contradicciones y sospechas anclado en un sistema que ya no funciona: el valor de la copia y una gestión de derechos de autor basados en bienes accesibles a muchos de diferentes formas. Una sociedad de autores donde es difícil medir el valor de la obra en la era de la abundancia. Donde los límites entre aficionado y profesional se difuminan en la cultura de la convergencia.
Es hora de abandonar las guerras del copyright y lograr un nuevo consenso y un nuevo negocio como los que algunos empiezan a explorar. Lawrence Lessig, fundador de las licencias Creative Commons, ha vuelto a pedir cordura en su reciente visita a España para avanzar en una reforma de los derechos de autor y la propiedad intelectual sin criminalizar a las redes P2P, a quienes suben un vídeo de su serie favorita a internet o a los que se graban cantan una canción y la cuelgan. Es la cultura de la convergencia y la persecución no acabará con ella, parte de una alfabetización digital donde el acceso a los contenidos es un procomún, un derecho de todos en territorio abierto: los nómadas digitales vuelven a los viejos hábitos anteriores a la propiedad y el sedentarismo.
Un consenso para permitir el uso sin ánimo de lucro, desregular la copia y gestionar sus usos (como en Creative Commons), simplificar el caos de la propiedad intelectual y el copyright para lograr la libertad de conocimiento (la llamada quinta libertad europea), y no criminalizar a los usuarios, sino buscar métodos para la compensación justa. Ampliar el ámbito del dominio público, ahora que estamos a punto de recibir el dividendo digital del apagón analógico, no extender la duración de los derechos de autor, permitir la copia privada (para eso se paga el canon) y reconocer los derechos de las obras libres, entre ellos que las obras derivadas deban ser también de acceso libre. Muchas obras digitales y las herramientas que permiten el acceso a ellas (redes, software, cloud computing) son nuevos bienes comunes y su tragedia no es que sean accesibles para todos, sino gestionarlos como si siguieran siendo terreno de unos pocos.
Columna en Público