Eduardo Haro Tecglen ha muerto esta madrugada tras una vida dedicada al periodismo, la política y la cultura. Fue un hombre controvertido por decisión propia. Un hombre de cambios en una época en la que muchos mudaron. Quiso ser azote de la derecha por convicción, por estilo, por personalidad, por deber.
Muchas veces no he coincidido con él, con su visión un poco machista, rancia y a menudo autoritaria de viejos y nuevos problemas; otras, sí, pero ni la coincidencia ni la crítica, por fuerte que sean, deben impedir la palabra ni el respeto.
Su viuda, Concha Barral, dio la noticia de su ataque el mismo lunes, y poco después tuvo que incluir otras palabras tristes: "Les agradezco sus comentarios y les rogaría que los que tanto le detestan y escriben esas barbaridades demuestren un mínimo respeto por la persona que jamás les censuró ni borró sus mensajes".
Haro Tecglen ha muerto. Que las palabras de aquellos que no saben respetar la dignidad de las personas y sus opiniones sean su perenne condena. Hace unos días vivíamos un suceso semejante contra un bloguero conocido y su padre periodista. Casi todos los días se pueden leer y escuchar descalificaciones, insultos, acusaciones totalitarias en los medios de comunicación y la Red está plagada de estos abusos.
Si eso es la conversación, entonces callemos.
España se hunde en un ciego partidismo de raíces totalitarias. Cabalga sobre un odio alimentado desde las ondas, desde algunos diarios, desde muchos blogs y páginas webs. Una visión de unos contra otros, la idea de la España del no. Ocurre también en otros países y lo atribuyo a falta de ideas, al clientelismo y el burocratismo de una sociedad mal politizada por falta de valores, por defensa de lo propio, aunque a veces sólo sea conciencia del rebaño.
A veces, cuando entro en algunas zonas de la blogosfera, temo. Aterrizo en campos del odio, furibundo, fratricida. Hace mucho tiempo que no oigo determinadas radios y escapo de las columnas de la propaganda.
Defiendo la crítica poderosa, la lucha de ideas, la argamasa básica que une a los hombres para llegar a un consenso o vivir disputando cívicamente en el desacuerdo.
"El sentimiento de lo republicano es el de una aspiración de libertades y el de un conocimiento respetuoso del mundo y de los demás". Lo dijo Haro en El niño republicano. Descanse en paz y hasta quienes lo maldicen, escuchen un poco.