Los brumosos contornos entre marketing, periodismo y el poder de guía de los superusuarios
Nacho Escolar escribe un post sobre un libro (Conexión Habana, de Santiago Botello).
A Enrique Dans el post le suscita sospechas (también podemos llamarlas hipótesis) y redacta a su vez un post donde retumban conversaciones y noticias de los últimos días (la proliferación de blogs comerciales, la crisis de la credibilidad, los blogs y la empresa, los patrocinios de bitácoras, etc.).
En las hipótesis de Dans falta una. Habla mucho de marketing y nada de periodismo. ¿No funciona el periodismo de la misma forma?
Las editoriales presentan libros y los envían a los periodistas para que se hable de ellos, a poder ser, bien (escenarios 2 y 3 planteados por Dans, simplemente la obra gusta al comentarista).
¿No son muchas editoriales propiedad de los mismos conglomerados mediáticos que los medios? Entonces estamos en las hipótesis 4 y 5, intercambio económico. El dinero se reparte entre los dueños del mismo negocio. Medios y objeto informativo se retroalimentan.
Las hipótesis de Dans afectan también al periodismo cultural y de espectáculos. Y esa vinculación entre unos y otros está acabando con su credibilidad
Por eso, entre otras cosas, la gente ha vuelto a fiarse del boca a boca (sea físico o tecnológico) para leer un libro, ver una película o escuchar una canción.
¿No nos estamos volviendo locos demasiado pronto?
Nacho puntualiza y dice que simplemente el autor del libro es su amigo (hipótesis 1 de Dans). Pero la sospecha, el escenario, era evidente.
La solución está en la credibilidad y algo de eso que se llama ética periodística. En el marketing no existe. El marketing quiere vender, no informar, aunque si además lo hace con información entonces es mejor. Pero el marketing viral es sospechoso.
Muchos blogueros hablan de libros, música, películas y de unos se sospecha y de otros, no. Lo mismo ocurre con otros medios.
Si un libro de Alfaguara sale mucho y muy bien parado en El País o las pelis de Canal Plus son simpre las mejores, la gente se mosquea.
Si autores y columnistas comparten intereses en El Mundo o la película Lobo no deja de aparecer en el diario de Pedro J., el personal recela.
Normal.
En el Washington Post tienen (tenían) la norma de no presentar ni criticar los libros de autores de la casa. La rompieron el año pasado con Bob Woodward, director adjunto del diario, y su último libro sobre George W. Bush y la guerra contra el terror.
En todos lados cuecen habas, dicho de madre.
Periodismo (sea 1.0 o 3.0) y marketing (directo, viral o como sea) son primos en esto de los contenidos. Para evitar estafas sirve la misma receta: honestidad y transparencia.
Si usted hace un blog sobre aparatejos y no cuenta que lo patrocina Sony, es usted un sinvergüenza.
Si escribe un comentario sobre un libro que su empresa (holding o lo que sea) edita, está cometiendo un fraude con el lector.
Si hace cualquiera de esas cosas, es transparente y mantiene su independencia crítica y de criterio, es usted un buen profesional, o una buena persona, que tampoco hay tanto trecho.
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