Seis meses después del peor atentado de la historia de España. 191 muertos, dos millares de heridos y un vuelco electoral que nadie esperaba, se pueden sacar lecciones de valor para el periodismo futuro.
Una sociedad mejor informada es más libre. Nadie ha demostrado, por contra, que una sociedad peor informada sea más segura.
Evitar y protegerse del terror demanda más información y más capacidad de comprensión (datos, contexto, criterios) por encima de la obligación de los gobiernos y servicios antiterroristas de luchar con todas sus fuerzas y dentro de la ley contra las amenazas.
Aquellos días de dolor y abatimiento fueron retratados con profesionalidad y calidad en los medios, pero también abundó la manipulación y una politización que retorció y continúa forzando arteramente la realidad.
La politización del miedo es la victoria del terror. Cuando los ciudadanos y los políticos se enfrentan, manipulan la realidad, a las víctimas, y se enzarzan en un toma y daca de reproches y acusaciones, entonces el terror ha conseguido atenazar la democracia.
El tratamiento del terror es una de las discusiones perennes en la profesión. Frente al terror y el miedo surge lo mejor y lo peor del periodismo. El 11-M y la convulsión política de las elecciones del 14-M no fueron una excepción.
Cinco conclusiones:
1. El periodismo del dolor.La reacción frente a la tragedia demostró capacidad de respuesta de los medios y se pudieron ver grandes muestras de reporterismo.
La cara humana de los atentados fue mejor cubierta que la investigación, tanto por la confusión sobre los hechos como por la estrategia de desinformación de aquellos días.
La capacidad investigativa es uno de los déficits constantes del periodismo español. Los periodistas siguen estando más cerca de los que mandan que de los gobernados. Faltan medios y la cultura de la responsabilidad social no está suficientemente extendida.
No se ahorró dolor. La cobertura fue explícita y el debate sobre la crudeza de algunas imágenes y tratamientos se resolvió en favor de no ocultar la tragedia y a las víctimas.
Las opciones de los medios oscilaron entre el retrato dramático y la apuesta por la esperanza.
En la prensa extranjera hubo sobrados ejemplos de cómo una mala interpretación de la moral o una sensiblería ajena a la veracidad desvirtúan el periodismo y lo ponen al alcance de cualquier manipulación política, religiosa o moralística.
2. La estrategia de la desinformación.Al principio todos pensamos en ETA. Cuarenta años de asesinatos --más de 25 de ellos en democracia y autonomía del País Vasco-- no se olvidan y determinan terriblemente el pensamiento y las reacciones de la ciudadanía.
El Gobierno utilizó la sospecha para desarrollar una estrategia de manipulación y desinformación como nunca se había visto en la España democrática. La comisión parlamentaria del 11-M sigue dilucidando, desde los prejuicios partidistas y una debilidad investigadora patente, la responsabilidad de esa manipulación.
Unos y otros se acusan. El Gobierno de Aznar lanzó y mantuvo la acusación contra el terrorismo vasco cuando ya muchas pruebas e indicios apuntaban al terror islamista. El entonces presidente Aznar convocó de inmediato una manifestación con un lema claramente anti ETA cuando ya había indicios que apuntaban otras autorías. Los desmentidos de los sectores políticos del terrorismo vasco y las reivindicaciones islamistas no se atendieron.
Aznar no convocó el pacto antiterrorista ni buscó la unidad de los partidos. Empero, se preocupó de llamar personalmente a los directores de los grandes medios para afirmar su convicción de la autoría de la banda vasca.
Tanto políticos del PP como algunos medios mantuvieron durante varios días la hipótesis de la "convicción moral" de la culpa de ETA.
Hasta qué punto el Gobierno mintió o quedó preso de su propia demagogia todavía no está claro.
Varios medios, entre ellos la mayoría de los más importantes, informaron de las sospechas sobre Al Qaeda con mayor o menor intensidad.
La información se fue abriendo paso, aunque despacio y con continuos interrogantes nacidos más de la ideología que de la investigación y la perspicacia periodística.
Los medios sufrieron la evidencia de los pocos contactos y la falta de conocimiento de las fuentes de la investigación. En España, más que la estrategia del silencio que se impuso en Estados Unidos tras el 11-S, triunfó la falta de poder investigativo y la sorpresa producida por una nueva amenaza a la que no se había prestado demasiada atención hasta el momento.
Quienes más poder de investigación tienen contaminaron el reporteo con su visión editorial.
¿Hace falta una rectificación como la que han entonado The New York Times o The Washington Post a propósito de la guerra de Irak?
3. La tenaza política.Los medios fueron sometidos por la política. La realidad se rindió a la manipulación. La ideología y los intereses electorales (transmutados también en cálculos de audiencia, difusión y publicidad) cayeron sobre la realidad hasta dejar en la confusión y la ira a los ciudadanos.
Cuando más se necesitaba la información, los datos, la inaprensible realidad para salir del terror, más opinión vertían los medios con propósito de atacar y socavar las diferentes opciones políticas enfrentadas en un final de legislatura muy crispado y una campaña electoral descreída y a cara de perro.
Frente a la unidad de los norteamericanos en el 11-S, en España, en horas preelectorales, pudieron los intereses y la ideología.
Las televisiones públicas (estatal y algunas autonómicas) fueron un malhadado ejemplo de manipulación.
Los grandes medios privados, en especial los nacionales, no cejaron en su visión política más allá de los hechos y el rumbo de la investigación.
Cuánto corresponde a prejuicio y cuánto a reacción frente a la tragedia y su gestión política está por aclarar. Más de un comunicador ha entonado ya un mea culpa por los excesos de aquellos días de rabia.
La adscripción ideológica de los medios fue más fuerte que nunca. Muchos mantuvieron en su visión estratégica las inminentes elecciones del 14-M por encima de la búsqueda de la verdad y de información creíble para ofrecer a los ciudadanos.
Otros, entre los que destacaron algunos de los grandes medios regionales, intentaron mantener el rumbo puesto en la información por encima del dolor, la crispación y la batalla política.
Muchos ciudadanos insatisfechos se volvieron a la Red, donde comenzaron a pulular sin descanso opiniones de toda laya, rumores, informaciones fragmentadas y todo tipo de manipulaciones.
El 11-M constató que el poder de generación de información veraz está en manos de los medios tradicionales. En internet se pudieron encontrar opiniones perspicaces, muchas ansias de saber, las consabidas teorías conspirativas yla existe ncia de un grupo de ciudadanos (en especial jóvenes) preocupados por saber más y dispuestos a emplear muchas horas y mucho trabajo en conseguirlo.
Y, sobre todo, la
desconfianza hacia los medios tradicionales. Ese fuerte desapego que aumenta entre las nuevas generaciones de ciudadanos activos --superusuarios-- y la democracia formal y una de sus instituciones, la prensa.
4. Electoralismo y terror.Las elecciones del domingo 14 contaminaron la cobertura de los atentados y su investigación. Antes del 11-M se había desarrollado una de las peores campañas que se recuerdan desde el punto de vista informativo.
Los partidos controlaron como nunca la información y los medios no ofrecieron mucha resistencia, ocupados como estaban en sostener a sus respectivas opciones partidarias.
El metadebate sustituyó al debate entre los candidatos. El esperpento tan nuestro volvió con fuerza a la política y al teatro público español. Las palabras sustituyeron a los hechos. La idelogía a las ideas. La propaganda a la información.
La confusión de opinión e información quemó sin pudor tanta página de libro de estilo y código deontológico rimbombante.
Una vez más el partidismo superó a la legítima posición política de los medios. Sufrió la verdad y la democracia.
Publicación de entrevistas electorales disfrazadas en la jornada de reflexión. Invasión de columnas y artículos de indisimulada alevosía. Cambios en la programación de la televisión pública para emitir mensajes subliminales. Editoriales y cartas en el mismo día de las elecciones claramente destinadas a orientar el voto.
Los medios sumidos en la batalla electoral, partidaria, más allá de la información y de la defensa de las ideas y los principios. Atacantes y acríticos los unos, defensivos y elegíacos los otros.
La eterna confusión entre los principios y las opciones políticas, legítimas en los medios, y la falta de independencia de los políticos.
5. La emergencia de los medios sociales y los superusuarios.El día 12 miles de ciudadanos salieron a las calles en duelo y para exigir "¿Quién ha sido?". La protesta y el dolor se tornaron pregunta a los gobernantes y, en su papel de altavoz público, también a los medios.
La falta de respuestas, la confusión y los mensajes contradictorios o manipuladores estallaron la víspera electoral.
Teléfonos móviles de toda España recibieron mensajes convocando a manifestaciones frente a las sedes del PP. Miles de jóvenes se pusieron en marcha y poco después de las seis de la tarde se producía el mayor desafío a la democracia formal que se recuerda tras el golpe de Estado del 23-F.
Internet rebosaba de mensajes, informaciones, consignas y llamamientos a la movilización. Algunos medios siguieron en directo la movilización y se convirtieron, conscientemente o a su pesar, en agentes de la protesta.
El Gobierno y el partido que lo sustentaba comenzó a temer por su suerte, amenazó con impugnar las elecciones, acusó al PSOE de estar detrás del desafío y movilizó a sus militantes y medios afines contra la protesta.
Fue la presentación en sociedad de los medios sociales, las muchedumbres inteligentes (
smart mobs) y el poder de agitación de los superusuarios.
Los medios tradicionales y la política formal fue superada por las nuevas formas de activismo cívico en red.
Cada vez se sabe más sobre los autores de la matanza y su origen. Seguimos sin conocer a fondo qué piensan, dónde se forman y cuáles son sus redes en España. Si los servicios de inteligencia no estaban preparados, mucho menos los medios. Hay pocos periodistas españoles que hablen árabe, que puedan infiltrarse en las mezquitas y en los ambientes islamistas.
Social y culturalmente estamos muy lejos de la peor amenaza del siglo XXI.
Los medios deben seguir revisando críticamente su papel y su forma de trabajar, insistir en los principios y los valores del periodismo y no perder la independencia y la pasión por la verdad. Es responsabilidad de todos.
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