Acaba otra Feria del Libro de Madrid con aumento de ventas y menos bibliodiversidad de la que gustaría a lectores, libreros y editores independientes.
Las ventas han crecido un diez por ciento --cifras a confirmar oficialmente mañana martes--, y eso a pesar de la falta de grandes lanzamientos nacionales como otros años eran Antonio Gala o Javier Marías.
En la Calle de la Bibliodiversidad, promovida por algunos amantes de la profesión del libro, y a pesar de su rótulo (de calle de Madrid estilo castizo) imperaban los mismos títulos que en el resto de casetas.
Los 70.000 títulos editados en España no caben entre los árboles del Retiro, pero es difícil salir de las listas de ventas y los lanzamientos de mercadotecnia cuando se anda a empujones y sudor por el Paseo de Coches.
Con lo que suda la gente en esta Feria parece mentira que los editores sean tan impermeables y piensen que muchos títulos a menos de 3.500 ejemplares por tirada son mejor negocio que algunos menos con más tirada y más interesantes.
Algunos libreros comentaban que la ofensiva promocional de los diarios con los libros, comenzada el verano pasado, no sólo no ha perjudicado la lectura, sino que la ha animado.
Más libros en la calle son más ansias de leer.
De Europa, dedicatoria de este año, hubo pocas noticias y menos interés. La Feria cerró con una elecciones paupérrimas de participación y en las que se ha visto la paradoja del voto euroescéptico en los países recién incorporados.
Por contra, la mayoría de las noticias y conferenciantes vinieron de Estados Unidos. Esta fue la feria del fervor anti-Bush que tanto enfadó a Telemadrid y llevó a su caída del cartel de promotores. A España llegó la avalancha de libros contra la política de los necons y Richard Clarke se llevó el gato al agua con su Contra todos los enemigos.
Fue también la feria de Prisa (Alfaguara, Alianza, Austral, etc.), que monopolizó con inteligencia presentaciones y debates.
Dicen que José Saramago fue de quienes más firmó. Y también cansó la mano Joaquín Sabina y sus poemarios de canciones.
Entre los libros más respetados, las Esferas de Peter Sloterdijk y las Bocas del Tiempo de Eduardo Galeano, un diario de impresiones y escenas desde el humanismo de izquierda que hubiera sido un blog si sus páginas fueran digitales y Galeano 30 años más joven.
Martin Amis estuvo brillante, como siempre, y defendió su biografía de Stalin anunciando su próxima rendición de cuentas con Hitler, el otro gran tirano de Europa.
Claudio Magris, Premio Príncipe de Asturias el penúltimo día, agotó las existencias de Anagrama y más de uno hubo de dejar el Danubio para otra feria.
No firmaron ni el ex presidente José María Aznar ni su esposa Ana Botella, ambos con obras recientes de memorias sorprendidas por el vuelco del 14-M.
Sí lo hizo Alfonso Guerra a pesar de los comentarios malignos ( y en mucho casos justificados, como aquellas del tono y los adjetivos) de los críticos de la derecha. Por cierto que las memorias del presidente de la Fundación Pablo Iglesias fueron el único libro que el Rey Juan Carlos pagó de su bolsillo.
El mayor éxito de la Feria, siempre a reventar, fue el Pabellón Infantil. Libros de todos los dibujos, todos los colores y todas las letras acompañados de globos y payasos. ¡Irresistible!
Los partidiarios de la bibliodiversidad no tienen razones para estar contentos. Pero lectores quedan, aunque sea difícil encontrar qué leer.
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