El iPad es para consumir, no para producir ni para compartir.
Esa es la diferencia fundamental con la era del PC. Los ordenadores eran hasta hace poco, sobre todo desde la gran expansión de internet, el software libre y el cloud computing lo más parecido a las máquinas espirituales e inteligentes prometidas por Ray Kurzweil.
Pero Steve Jobs golpea siempre en la tecla del ciborg sentimental, como ya hizo con el iPhone.
iPad es la última creación que hace retroceder la esperanza de los contenidos abiertos y útiles con la garantía del consumo fácil e inmediato, gran usabilidad y un diseño sensorial, mucho camino andado los últimos años.
Por ahora ha conseguido ser otro éxito de marketing, atrapar una gran cantidad de publicidad gratis en todos los medios -nuevos y tradicionales, digitales y analógicos, aunque menos en estos últimos- y aumentar el precio tanto de los ebooks como de los diarios digitales.
A través de las aplicaciones los proveedores vuelven a controlar los contenidos y los consumidores vuelven a perder derechos. Las aplicaciones permiten aumentar el negocio de pago por acceso a través de una nueva plataforma y hasta se pierden una gran cantidad de funcionalidades comunes ya en la web, como los enlaces y los comentarios.
Los primeros datos dejan claro qué se espera del iPad: libros, televisión (gracias a Netflix), la esperanza de sostener la utilidad del PC y que iWork permita utilizar las herramientas necesarias para la mínima productividad cotidiana sin exigencias de trabajo.
Pero el iPad es además un aparato egoísta, para no compartir. Parte de la filosofía de un consumo personal de contenidos por su propia propuesta física: un aparato portátil, pero no móvil, para consumir el ocio total en el sillón.
Con contenidos diseñados para no compartir y reforzar los derechos de propiedad intelectual de sus autores y comercializadores. Al contrario de lo que ocurre con las aplicaciones de Kindle o Barnes&Noble para leer ebooks, ni siquiera puedes leer con iBooks -la aplicación de libros para iPad- los mismos títulos en tu iPhone o tu ordenador. Por eso algunos creen que su lanzamiento será un revulsivo para la venta de libros digitales de Amazon y B&N.
Y ni hablar de compartir tus contenidos con tu familia o amigos a no ser que les dejes el aparato.
Otra vez el contenido aferrado a la plataforma, a su soporte físico.
Ni multitarea, ni estándares abiertos y un control férreo de los contenidos y las aplicaciones para controlar su negocio.
Por todas estas razones no es de extrañar que muchos medios sientan la atracción del nuevo soporte. Confían en recuperar un control y un negocio que creían perdidos.
Al contrario de lo que ocurrió con el principio de la web, el iPad llega sin pecado original. Si en el principio de la web todo se convirtió en gratuito, en el nuevo aparato de Apple todo está diseñado para un negocio que los medios no quieren que se vuelva a escurrir entre sus manos como ocurrió con la web.
Es la esperanza para los contenidos de pago cuando muchos están convencidos de la fidelización del hiperconsumidor al aparato.
Por eso los medios están dispuestos a pagar un 30% de sus ingresos a Apple, inteligente al mejorar el margen tiránico de empresas como Amazon (70% de la facturación). Apple cobra a los medios el equivalente al coste de distribución del papel con tal de volver a tener un canal de difusión controlado y con posibilidades de rentabilización.
Y por eso les acompañan los anunciantes, todavía apegados a las viejas formas del negocio.
Eso sí, los usuarios siguen prefiriendo las aplicaciones gratuitas para acceder a los medios.
El iPad resume las tendencias de una nueva era de los contenidos digitales: de más consumo, menos participación o interactividad, y apertura de contenidos y medios. Donde la viralidad de las redes sociales se reduce a marketing y el usuario vuelve a ser un consumidor.
En esas limitaciones a la explosión abierta de la web fían los medios y los productores de contenidos digitales la viabilidad de un negocio hasta ahora muy difícil.
Apple se confirma como gran dominador de la electrónica de consumo. Ganan los medios, pierden los consumidores. El desafío será encontrar un equilibrio para satisfacer a ambos y triunfar en esta nueva plataforma que vuelve a reiniciar la cultura para trasmutarla en puro consumo.