Twitter congela su inefable levedad. Fin. Twitter se petrifica. Deja de ser presente para convertirse en documento. La más fugaz manifestación de la vida y el pensamiento líquidos se solidifican. La Librería del Congreso archivará todos los tuiteos. Google busca en todo el archivo de tweets y dibuja una gráfica de la conversación en foto fija.
El flujo social detenido. La seductiva ligereza del ser fosilizada en un tiempo distinto al de tu pensamiento.
La vida líquida congelada y archivada.
Los usuarios, atrapados.
Fin de la inabarcable levedad de un tuiteo, efímero, irrelevante, fugaz, para ser consumido en el momento de sus palabras.
Acabó la oralidad: ahora los tuiteos son texto. Abandonan el diálogo infinito y ligero de la web 2.0 para quedar atrapados en la galaxia Gutenberg.
Twitter se convierte en un documento en presente continuo de lo dicho, no de lo hecho. Tiene su valor documental y también el económico que le dará Google, pero perdemos la libertad de decidir nuestro propio tiempo y agotarlo.
¡Traición!
¿Alguien ha pedido permiso para guardar esas palabras que no son suyas?
Desde ahora dejas de hablar y escribes para la historia. Lo maravilloso de Twitter era hacer posible el intercambio en tiempo real sin preocuparse más que del instante.
Decidir tuitear para lograr un momento de atención y perderlo con la velocidad que cierras la página.
Cada 140 caracteres eran lo contrario al momento definitivo de la fotografía: etéreos, olvidadizos, consumidos en la propia velocidad de la conversación.
El sueño de un situacionista digital en la era del hiperconsumo.
Ahora estás atrapado: la historia te mira.
Fin de la levedad del verbo conciso. Tu identidad de dominio público atrapada junto a la de otros en una conversación truncada por alguien que maneja desde un buscador un tiempo diferente al presente de tu tuiteo.
¡No guarden mis tuiteos, no, no, no!
Reivindiquemos el derecho a ser olvidados en el tiempo de un enter.