Nicolas Sarkozy vive para las portadas. Sin la imagen, ¡ay, qué sería de él!
Es el hombre portada, sin duda. Un presidente anuncio que emplea todas las técnicas del marketing para mantener sojuzgada la atención de los franceses y de medio mundo. El mejor heredero de John F. Kennedy, el presidente que dejaba de hacer lo que fuera para ver los informativos de televisión.
Como a JFK, a Sarko le gusta el poder, el dinero y las mujeres. La erótica del poder en carne viva.
Asalta continuamente las portadas para retener la mirada del público y todo le da igual porque es todopoderoso. Vive de la fascinación ajena, de la envidia de los melindrosos a los golfos.
Si en tiempos de Kennedy sólo se podía insinuar una relación con Marilyn y el secreto protegía las sábanas, en la era del reality show todo se enseña. Es la política del culebrón.
Sarko pasea por Egipto con Carla Bruni tras llegar en un jet privado pagado por Vicent Bolloré, uno de sus ricos amigos.
No es la primera vez. Lo hizo ya en verano en Estados Unidos, cerca del lugar de descanso habitual de los presidentes norteamericanos.
A nadie le parece muy bien tener un presidente patrocinado. Pero en la rácana cultura política de estos días muchos prefieren que los amigos paguen las vacaciones de los mandamases a riesgo de eso que se llamaba tráfico de influencias.
Creen que así el erario público ahorra sin saber cuánto perderá de verdad.
Las cosas privadas se pagan con dinero privado. Peligrosa máxima para los presidentes y responsables de la cosa pública.
En España las vacaciones de Aznar en Oropesa, ofrenda de Porcelanosa, o las de Zapatero en una casa rural de un amigo socialista fueron pequeños escándalos.
¡Pero una escapada por el Nilo en hotel de ultralujo y con amante guapa y famosa!
¡Voilà. Eso debe ser la grandeur!
En la era de la política personal no caben héroes, como hoy decía Daniel Innerarity en El País.
Pero sí villanos.
Sarko es de esa especie. Su retórica es mucho mejor que sus actos. A menudo sus gestos quedan en nada, pero la ostentación con la que actúa embelesa a los espectadores de culebrones.
Con Sarkozy no cabe ética, ni moral, ni responsabilidad.
El presidente espectáculo sólo fracasa cuando no llena los medios con la imagen del hombre seguro de sí mismo, arriesgado, corajudo, seductor.
Como los gachós de los anuncios de colonia viril.
Eau de Sarko.