La tortura es el mejor método para mantener la falsedad. Es así desde antiguo. Bajo tortura todo el mundo confiesa los crímenes deseados por los torturadores. Es el juicio de Dios del que todos salen condenados.
Uno de esos combatientes enemigos detenido ilegalmente por la CIA, Mohamed Farag Ahmad Bashmilah, relata las torturas y la pesadilla de las prisiones secretas norteamericanas.
Estremece leer su relato. Y más después de ver que sólo hace un par de días el Congreso de Estados Unidos prohibió algunos métodos de tortura.
Y estremece y alarma saber que en la primera democracia mundial las torturas a los prisioneros de la llamada guerra contra el terror debían ser aprobadas por el propio presidente George W. Bush, el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), también encabezado por el presidente, y el Ministerio de Justicia.
Culpables de tortura y de crímenes contra la humanidad (art. 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) en nombre de la guerra contra el terrorismo.
No siempre fue así:
"El más vigoroso cuidado debe ejercerse para detectar y prevenir cualquier crueldad o brutalidad y los hombres que sean culpables de ello deben ser castigados. Por grande que sea la provocación... nada puede justificar... el uso de la tortura o de la conducta inhumana por parte del ejército norteamericano".
Theodore Roosevelt, vigésimo presidente de los Estados Unidos.
Al mando de las torturas, psicólogos. En el último libro de Naomi Klein, La doctrina del shock, se puede leer la historia de cómo la CIA ha financiado estudios psicológicos y académicos para depurar sus técnicas de interrogatorio y tortura.