Wahid jugaba con su hermano de 9 años. Como todos los días del Irak ocupado. Wahid y su hermano viven en un vecindario bombardeado por Estados Unidos. Son niños. Ni él ni su hermano han tenido que ser depurados por ser colaboradores de Sadam Hussein.
Pero Wahid ha perdido un mano y tres dedos de la otra, además de sufrir tantas heridas en el cuerpo que ha tenido que someterse a cuatro operaciones.
Su hermano tuvo suerte. Sólo tiene las piernas destrozadas.
Adnan Maloku perdió en Kosovo a casi toda su familia por ir a nadar al lago. Su hermano Gazmend, de 19 años, encontró una brillante lata amarilla. Fue lo último que le atrajo antes de saltar por los aires y llevarse a su padre por delante.
Su hermana Sanije, de 14 años, corrió a ver qué había pasado con su familia y otra bomba la mató.
Historias que se repiten en muchos países donde la guerra pervive mucho tiempo después de la victoria y la derrota.
Pero países como España siguen fabricando y vendiendo bombas de racimo. Pacifistas pacatos e hipócritas que siembran la muerte con la buena conciencia a resguardo.
Casi 130 países se reúnen en Viena para avanzar en la prohibición de estas armas en el llamado proceso de Oslo.
Pero es preciso seguir presionando a gobiernos como el de España para acabar con este comercio mortal.
No a las bombas de racimo.