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Pero Wahid ha perdido un mano y tres dedos de la otra, además de sufrir tantas heridas en el cuerpo que ha tenido que someterse a cuatro operaciones.
Su hermano tuvo suerte. Sólo tiene las piernas destrozadas.
Adnan Maloku perdió en Kosovo a casi toda su familia por ir a nadar al lago. Su hermano Gazmend, de 19 años, encontró una brillante lata amarilla. Fue lo último que le atrajo antes de saltar por los aires y llevarse a su padre por delante.
Su hermana Sanije, de 14 años, corrió a ver qué había pasado con su familia y otra bomba la mató.
Historias que se repiten en muchos países donde la guerra pervive mucho tiempo después de la victoria y la derrota.
Pero países como España siguen fabricando y vendiendo bombas de racimo. Pacifistas pacatos e hipócritas que siembran la muerte con la buena conciencia a resguardo.
Casi 130 países se reúnen en Viena para avanzar en la prohibición de estas armas en el llamado proceso de Oslo.
Pero es preciso seguir presionando a gobiernos como el de España para acabar con este comercio mortal.
No a las bombas de racimo.