El FBI prepara una gran base de datos biométricos para controlar a los ciudadanos norteamericanos y a los extranjeros (versión en español en Público). Imagina que te colocan un chip o un código de barras en el cuerpo para luego poder ser detectado a distancia por cualquier agencia de espionaje, seguridad o gubernamental. Esa pesadilla de ciencia ficción es el objetivo de los servicios de seguridad norteamericanos con el empleo de la biometría.
El FBI, la CIA, los militares y su Biometric Task Force, todos quieren bases de datos de personas, debidamente identificadas y etiquetadas: tu identidad y tu destino está escrito en la base de datos.
Para eso han creado el Biometrics Consortium, donde se estudian los estándares, métodos y herramientas a usar para identificar a las personas por sus "características fisiológicas o de comportamiento".
La libertad más preciada: la personalidad, la individualidad oculta entre la masa con el derecho inalienable de mostrarse o no, se burocratiza (como advertía Ulrich Beck) y pasa a ser un registro de ordenador donde el destino depende de sus administradores.
Todos atrapados en la base de datos.
La justificación, como siempre, el terrorismo. Su mayor victoria es esa: reducir cada día la libertad de todos por el miedo.
Estados Unidos avanza hacia una sociedad controlada, ese Spook Country relatado por William Gibson donde la imagen y su control se extienden y banalizan.
Porque eso es lo que podemos esperar del Next Generation Identification (NGI, proyecto en pdf) que el FBI quiere tener a pleno funcionamiento en 2010.
¿Quién se fía de los datos, de su custodia, y de que no aparezcan en manos de otros, en Google o en YouTube?
La Unión Europea, no.
El Comité Consultivo de la Convención para la Protección de las Personas respecto al Proceso Automatizado de los Datos de Carácter Personal advertía en 2005, cuando la Unión Europea estudiaba las demandas estadounidenses para los pasaportes y los viajeros (informe en pdf):
"Antes de recurrir a la biometría, el responsable de proceso debería evaluar por una parte las ventajas e inconvenientes posibles para la vida privada de la persona afectada y, por otra parte, las finalidades previstas, así como tener en cuenta posibles soluciones alternativas que supongan un menor atentado contra la vida privada. (...) Los datos deberían ser adecuados, pertinentes y no excesivos en comparación con la finalidad del proceso".
Los expertos saben que en cuanto el Estado, sus brazos armados o la burocracia tienen capacidad de controlar a las personas, los límites se sobrepasan demasiado a menudo. La perversión del control está en el genoma del poder.
James C. Ross alertaba ya hace unos años de lo difícil que es poner límites a la "sociedad del control". En el artículo recogido por el Real Instituto Elcano llamaba la atención por la pasión española por la biometría y el empuje de nuestro país en un sistema integrado para Schengen frente a las bases de datos nacionales. Es la herencia de una dictadura que impuso un DNI que no hemos cuestionado. Pero hace falta más debate público sobre los límites del control físico de los ciudadanos.
En Gran Bretaña un grupo de profesores se opone con fuerza al proyecto de National Identity Register y en una carta abierta denuncia el cuento de hadas de la biometría como garantía de la seguridad, la debilidad de la privacidad contra el filtrado de datos personales y la fatalidad de una identificación que configura un destino atado a esa base de datos, donde los identificados no tienen poder de redención.
Por eso es necesaria una reflexión sobre los datos biométricos de los ciudadanos y quizá se la hora de una Carta de Derechos Biométricos para que la libertad no quede atrapada en un registro.
Como en Minority Report, el cuento de Philip K. Dick, los guardianes de Gran Hermano quieren prevenir el crimen antes de que ocurra a través de un reconocimiento de patrones (el Pattern Recognition de Gibson) donde una serie de características físicas y de comportamientos o su simulacro definen a los peligrosos y los criminales.
La presunción de inocencia abolida en el iris del ojo y el historial burocratizado de tu vida.
Las ventajas de la biografía voluntariamente construida por cada persona, de la identidad líquida de Zygmunt Bauman, solidificadas por el ojo prejuicioso de los guardianes.
¿Y, después?
Si sabemos quiénes pueden ser el enemigo lo mejor será recluirlos. Quizá no podemos encarcelarlos, pero se pueden ir creando guetos, limitando sus libertades de moverse, de actuar, de ser otra cosa que criminales.
Y si sabemos quiénes pueden ser: ¿por qué no identificarlos a ojos de todos?
Como a los leprosos con su campanilla en la Edad Media. Como la estrella en la ropa de los judíos durante el nazismo.
Pero lo peor es que el Panopticón de Gran Hermano, el ojo que todo lo vigila, se convertirá en un Sinopticón donde todos vigilamos a todos.
Todos sospechosos.
Y conociendo la habitual chapuza e ineficiencia de los llamados servicios de inteligencia, nuestros datos estarán en internet y en el youtube, a la vista de todos, para provecho del marketing, las grandes corporaciones y de los propios criminales.
P21 | Una victoria del terrorismo