La sociedad española es muy sensible a las armas. Solidaria con las víctimas de conflictos armados. Se estremece con las voces de los dolientes y reacciona. El gobierno se declara opuesto a las guerras y la violencia como forma de solucionar los conflictos, pero nos sigue costando trabajo dar pasos reales y concretos para una mayor limitación del comercio de armas.
Las minas racimo y antipersona son una plaga mortal en muchos lugares de conflicto incluso años después de las guerras.
Los niños son además su víctima principal por sus colores brillantes, su atracción y su siembra en los alrededores de poblaciones. Los civiles son su principal objetivo.
España tiembla y se indigna pero dos empresas españolas siguen fabricando y comerciando con este producto mortal e inmoral.
Comienza la discusión de un nuevo tratado contra estas armas en Viena que España debe apoyar. Y hacerlo dando ejemplo: dejando de fabricarlas y comerciarlas.
No hay razón económica o de defensa que legitime seguir con ese tráfico.
Y pendiente de aprobación está la nueva ley de control de armas (Ley sobre el Control del Comercio Exterior de Material de Defensa y de Doble Uso) exigida por las ONG y defendida por Izquierda Unida.
Una ley prometida por el PSOE y que ahora cuesta mucho aprobar a pesar de ser muy comedida e incluso insatisfactoria y poco ambiciosa, como explican Amnistía Internacional, Greenpeace e Intermón.
Es hora de ser pacifistas de verdad con un compromiso claro sin esperar a que otros den pasos al frente.
No necesitamos belicistas ni pacifistas pacatos. Sólo personas, países y leyes respetuosas y comprometidas con los derechos humanos.