Algunos diarios siempre han sido cercanos. Periodismo de proximidad pensado para la gente y con la gente. Otros siempre han sido instituciones del poder.
Los dos son necesarios. Los dos pueden ser de calidad, pero hay una distancia enorme entre unos y otros, en su enfoque, en su mirada, en sus objetivos y su público.
El peor castigo de los diarios de gente es que se olviden de su público para fijarse más en los que mandan.
El error de los diarios de poder es pensar que la cercanía a los mandamases les asegura el futuro, la credibilidad y la rentabilidad.
En una democracia ambos tipos de medios son necesarios, aunque yo creo en los de gente más que en los de poder. Los de gente observan y vigilan a los poderosos. Los del poder cosifican a la gente en votos y contribuyentes, un mero instrumento para mandar.
En estas elecciones catalanas adelantadas y atragantadas de estatut los dos grandes diarios de Barcelona intentan recuperar posiciones y prepararse para el futuro que viene. Y lo hacen cuando la política ya discurre más allá de ellos, cuando ya no son elementos necesarios y monopólicos para el debate político.
Por eso han tenido que espabilarse. Y lo han hecho con dos estrategias diferenciadas.
El Periódico pide cartas a los lectores que publica cada día en su cuadernillo electoral. Algunas veces incluso han tomado la portada, según la apuesta tipográfica del director Rafael Nadal y su jefe de arte, Ferrán Grau.
La Vanguardia invita a los candidatos a hacer su portada copiando la idea de The Independent.
La primera, de Josep Piqué, dejó en evidencia al director José Antich. Muchos lectores preferían ayer la portada de Piqué, más social, más dinámica, menos de poder y más de gente que la del director del periódico de Godó.
Distintas alternativas para dos apuestas. Diarios de gente (al fin parece que reacciona El Periódico tras unos últimos tiempos lamentables) y diarios de poder.
El lector elige.