La identidad posmoderna vuelve a ser religiosa y mágica. Muchos vuelven al mito y las creencias para defenderse de una sociedad globalizada atosigante. El identitarismo gana a la ciudadanía y por esas heridas mana la sangre de la intolerancia, el desencuentro, los prejuicios y el racismo.
En Inglaterra, British Airways prohíbe a una cristiana enseñar su crucifijo mientras acepta velos y brazaletes porque son incómodos de esconder.
¿Hipocresía o temor al islamismo radical?
La disputa sobre el velo tras la llamada a dejar el niqab (tapa toda la cara menos los ojos) del ex ministro Jack Straw evidencia la incomprensión entre comunidades. Pero vuelve a revelar los peligros del identitarismo y la religión para la sociedad abierta.
Todos tenemos derecho a vestir los símbolos que nos identifican. Lo hacemos con la ropa, con el peinado, con la corbata, con el turbante o el velo. A lo largo de la historia las comunidades usan sus símbolos y sus hábitos para identificarse y reconocerse.
El problema es cuando se usan para separarse. Cuando retraen al ciudadano de la sociedad y son una barrera para el reconocimiento de los otros. Cuando son símbolo de rechazo.
En la Europa cristiana desconfiamos de los embozados. Sólo se cubren los retirados (monjes), los penitentes y los alejados de la sociedad. Del motín de Esquilache a los encapuchados terroristas.
Cubrirse para aislarse de los demás nunca ha sido símbolo de libertad y no lo es ahora, pese a algunas razones a favor.
Más allá de crucifijos o niqabs, el problema es quienes escogen retirarse de la sociedad abierta y libre de los ciudadanos, sin miedo ni nada que esconder, para refugiarse en grupos e ideas que niegan la libertad y la ilustración, el secularismo que nos permite convivir públicamente en libertad ejerciendo nuestras creencias y costumbres en la privacidad o en grupo.
Más multiculturalismo es más diálogo y lazos entre distintos, como recuerda Anthony Giddens, no imposición de los unos sobre los otros.
Cuando el símbolo es una barrera, una quiebra en el consenso mínimo común de la libertad y la democracia, se hace estigma.
Entonces la libertad de los enclaustrados no debe encarcelar a los demás. La libertad para aislarse de unos no puede reducir los principios y valores de la democracia. Y en democracia la mayor conquista es ser ciudadano, sin tener que esconderse, sin miedo a ser reconocido, libres para mostrarnos como somos sin temor a ninguna coacción ni desigualdad.
Todo es legítimo y libre mientras el manto de la intolerancia no ahogue la democracia.