La carroñera manipulación política ha convertido la tragedia del helicóptero español en Afganistán en una feria impúdica de duelo público, exhibicionismo, ataque preventivo contra el enemigo político y una enorme codicia por aprovecharse de los muertos para ganar una hipócrita batalla politiquera.
17 militares españoles mueren en un país en guerra ocupado por tropas internacionales en un ejercicio bélico y se monta el gran circo del dolor para tapar vergüenzas y por si acasos, abrir grietas políticas y rebanarle el cuello al contrario en un descuido.
El encogimiento de dolor de los familiares y allegados se convierte en estruendo y honores sepulcrales.
Nunca los militares españoles muertos (en combate o accidente) en misión internacional han tenido tratamiento semejante, con el Estado, los medios y los políticos volcados en el aspaviento y el aprovechamiento artero de la tragedia.
Nunca unas contusiones, un par de esguinces y un ataque de pánico impropio de quien trabaja con un arma en la mano han sido tan mimados como los de los heridos repatriados del segundo helicóptero. Muchos soldados españoles han sufrido sus heridas en Bosnia, Afganistán, Irak y otras misiones internacionales sin esos mimos.
¿Por qué?
Todos buscaron desde el principio otro Yak-42, que costó 62 vidas españolas en un accidente que quizá pudo haberse evitado y cuando volvían a casa.
Unos tenían que marcar diferencias desde el principio en la gestión informativa, la investigación y el trato a las víctimas (familias incluídas).
Los otros anhelaban un fallo, una sombra, una sospecha como las que luego se confirmaron en aquel luctuoso monte turco.
Y miraron a Irak y la brecha que provocó en la sociedad.
Unos se preguntaron si la diferencia entre tener tropas en el país de Sadam Hussein o tenerlas en el territorio (cuasi)liberado de talibanes y señores del opio y el terrorismo era tan clara.
Otros insisten en que guerras son todas aquellas en las que pueden las armas y la democracia y la libertad no están en las urnas sino en los cañones de las tropas internacionales.
Unos anhelaban en silencio un fallo, mejor administrativo o mecánico, de mantenimiento, para no cuestionar la pericia de los profesionales y cargar contra los gestores.
Otros, un derribo para llenar el imaginario popular inflamado con la imagen de un combatiente talibán y su RPG al hombro.
Por eso se tapa todo con mucho duelo mientras otros tiran con mortero (en parábola) en el Parlamento. Porque lo importante no son, de nuevo, los muertos ni sus deudos. Lo importante no es decirle claramente al pueblo que mantiene tropas en un país en guerra.
Lo importante no es deslindar qué política exterior se quiere tener y a qué coste (pesa la memoria de los Tercios), cuál debe ser el grado de implicación de España en conflictos bélicos con presencia de tropas internacionales bajo bandera humanitaria o de paz, o incluso ofensiva.
No son tiempos en los que la sociedad acepte esos novios de la muerte que tantos estandartes ensangrentados dejaron en los pueblos, campos y ciudades. Hoy la sociedad es más pusilánime y se adormece mejor con los fastos fúnebres del telediario y las imágenes de los ministros intrépidos.
Va siendo hora de menos frufrú de sedas propagandísticas y un poco más de recia verdad, duelo y decoro.
P21 | El don comunicativo de José Bono
P21 | Sin versión íntegra de la videoconferencia entre Zapatero y Bono
P21 | Afganistán sigue costando vidas a España