Jim Bellows ha muerto a los 86 años. Todo un símbolo en la era del fin de la prensa. El hombre que inventó el nuevo periodismo, que hizo a Tom Wolfe o Jimmy Breslin escribir y escribir para contar cómo eran las cosas sin aburrir al lector, ha muerto en plena defunción de una forma de hacer periodismo y de mantener su negocio.
Su grito fue siempre que los buenos diarios no tenían que ser aburridos.
Y pertrechado con esa consigna luchó por diarios revolucionarios como el New York Herald Tribune, The Washington Star o Los Angeles Herald Examiner. Y perdió por la tozudez de los editores, la ceguera de los tipógrafos y sus huelgas de los años de la revolución de la impresión en frío.
Y porque el periodismo también es un negocio de poder.
Animó a Wolfe a escribir sin parar para contar hasta el mínimo detalle de cómo estaba cambiando la gente en los sesenta del pasado siglo.
A Breslin lo empujó a las calles de Nueva York para que cubriera la información local como escribía de partidos de béisbol.
Insultó a Norman Mailer cuando ya era una estrella literaria y política hasta que consiguió que sus artículos mejoraran.
"¿Quién ha dicho que los buenos diarios tienen que ser aburridos?", gritaba.
Le ordenó a Clay Felker que hiciera un dominical que se pudiera leer y nació New York Magazine, una de las mejores revistas de la historia, donde Capote escribió sus mejores piezas y donde se fueron descubriendo gran parte de las revoluciones sociales de los sesenta y los setenta.
Un día, viejo y harto de los diarios aburridos, descubrió internet y fue uno de los precursores de los portales al dirigir Prodigy, donde creó la primera redacción dedicada a la información digital.
Bellows ha muerto. Pero seguiremos oyendo su grito de guerra por un periodismo que aún importe y estremezca a alguien. En 2002, cuando escribió su autobiografía El último director lo dijo clarísimo: "Los diarios son demasiado mansos. Se necesita más gente con pasión deseosa de correr riesgos y lograr una diferencia con su compromiso".
Es el mal que persigue al periodismo.
Bellows no dejaba que el muermo invadiera ni a los reporteros, ni a la redacción y menos a los lectores. Le llamaron de todo, desde sensacionalista a manipulador pasando por frívolo, pero nadie escribió nunca tan bien como el puñado de grandes reporteros que dirigió durante varios años.
Bellows presumía de ser sólo un editor. Un tipo que le preguntaba a un reportero qué tenía y lo asaeteaba a preguntas hasta que le contaba una buena historia. Y si no la tenían, una palmada y a la calle. A oír a la gente y escribir qué carajo están haciendo. Su pasión por la escena y los protagonistas creó una nueva forma de narrar en el periodismo.
No dejó de luchar.
No dejó de buscar medios en los que hacer algo distinto.
No se permitió aburrise ni aburrir.
¡Bravo, Bellows! ¡Necesitamos más directores como él!