Vergonzoso. Una vez más. Los políticos se adueñaron del dolor de las víctimas del 11-M cinco años después de la tragedia. Expulsaron a las víctimas y a los ciudadanos del monumento de Atocha para celebrar a solas con las cámaras, envueltos en la hipocresía y el oropel del poder, un homenaje sin ciudadanos ni víctimas.
Esos políticos que se repantigan en las sillas con faldones que colocan sus amigos, que viajan en coches oficiales con escoltas desmesuradas, ponen ojos tristes y se visten de negro para dar bien en el telediario.
Ciudadanos fuera. Vuelvan ustedes más tarde.
Víctimas, esperen, que las cámaras son nuestras.
Una vergüenza permanente.
Un secuestro continuo del espacio y la imagen pública.
Además del fraude de los recursos y el dispendio permanente.
Y siempre ganan, porque en el telediario la indignación de los ciudadanos expulsados de la cripta de Atocha sólo dura unos minutos. Unas pocas líneas a esta hora en los medios digitales. Las fotos son para el paripé oficial, los textos para la acusación constante de la politiquería.
Una vergüenza. Una vergüenza también de este periodismo oficial y figurante.